La tempestad ruge mientras, mal que bien, José Luis Rodríguez Zapatero forcejea por mantener la verticalidad. No importa conservar el porte y el gesto, solo seguir en pie. Mariano Rajoy continúa, cumplido el primer aniversario de lograr la puñalada al Estatut, tras su única y pobre obsesión: tumbar al PSOE, llegar, conseguir lo que José María Aznar consiguió hace 15 años. Del «váyase señor González» de uno al «váyase señor Zapatero» del otro. Que el PP se presente como el partido de los que más aman a España constituye, a la vista de su conducta, todo un sarcasmo.
Zapatero tiene sucesor, pero quiere tiempo. Porque es el tiempo el que debe demostrar que lo que hizo, lo hizo porque era lo que debía hacer. Quiere tiempo para que la historia no lo cite como el presidente del desastre, sino como el del coraje. Y para lograr ese tiempo confía el leonés, básicamente, en los de siempre, CiU y el PNV. Tratar con los vascos es relativamente fácil: tú les das lo que piden y ellos votan lo que a ti te conviene. Con CiU es distinto. Tiene la manía de querer guiar, orientar, la nave. Atención al debate en ciernes sobre el asunto, que ha motivado ya un reciente intercambio público entre Josep Antoni Duran Lleida y Oriol Pujol. Los unos quiere ser partido nacional, o sea, hacer más o menos como los vascos y manejar los asuntos españoles como si fueran de política exterior. Muy próxima, pero exterior. Los otros desean seguir influyendo e insistiendo en el responsable –¿y trasnochado?– reformismo.
Mientras los manifestantes griegos la emprendían a tortas con la policía, un soplo de aire tibio acariciaba el rostro de Zapatero y de Europa entera: Wen Jiabao, primer ministro chino, reiteraba que no piensa abandonar al euro. El presidente socialista confía no solo en que los chinos se preocupen del euro (les conviene), sino en que sigan decididos, como lo están, a meter dinero en España.
Otro soplo agradable llegaba del PSC, dispuesto, ahora sí, a sentarse a hablar con CiU. Es legítimo sospechar que el súbito giro –ha pasado de tachar de «ofensiva neoliberal» la ley ómnibus a tener un inmenso interés por participar en su diseño– no se debe solo a su responsabilidad y amor al país. Quizá ha influido también la situación límite de Zapatero, que ve cómo el diferencial con el bono alemán baila horrorosamente cerca de los 300 puntos básicos. Quizá se ha dado cuenta de que no pueden dejar a Artur Mas en manos de Alicia Sánchez-Camacho mientras Zapatero esté en manos de Artur Mas.
Incluso puede que alguien haya concluido que, Zapatero aparte, el PSC –sin proyecto, sin liderazgo– no saca nada bueno de montarse en el no. Menos todavía porque, si Camacho se acaba poniendo farruca, a Mas puede que le entre el cabreo y le dé por convocar nuevas elecciones, como medio amenazó el otro día.