Se reunió ayer en Madrid el Consejo de Política Fiscal y Financiera para discutir sobre los dineros autonómicos, sobre lo que tú me debes a mí y lo que yo te debo a ti. Desgraciadamente, la financiación autonómica nunca ha sido una materia en la que haya reinado la transparencia, el sentido económico ni la justicia, en especial en lo que a Catalunya se refiere. Entre los primeros en denunciarlo destaca Ramon Trias Fargas, de quien, por cierto, se acaba de reeditar su Narració d’una asfíxia premeditada , obra que este año alcanza su 26º aniversario. Como es bien sabido, pese a los esfuerzos que hicieron Trias Fargas y otros, Catalunya no consiguió en su día un sistema de financiación comparable al de los vascos y los navarros.
Hoy la CiU de Artur Mas sitúa el llamado pacto fiscal en la línea del concierto en el centro de su propuesta política. Mas y los suyos saben que la cuestión de los recursos suscita consenso en la sociedad catalana, un consenso que desborda las fronteras del catalanismo. El intento catalán por reducir el excesivo déficit fiscal condicionará profundamente en los próximos años las relaciones entre los gobiernos de Catalunya y España. Es por eso que Mas y Josep Antoni Duran Lleida tienen entre ceja y ceja impedir la anunciada mayoría absoluta del PP de Mariano Rajoy.
Sin duda, en la batalla por una mejor financiación debería jugar un papel importante el PSC, hoy atrapado en el envenenado debate sobre sus relaciones con el PSOE. Los alcaldes de Lleida y Sabadell, Àngel Ros y Manuel Bustos, respectivamente, han propuesto renunciar a reclamar el grupo parlamentario propio a cambio de que el PSOE permita a los diputados del PSC votar diferente en temas catalanes. Quieren evitar el ridículo y el descrédito que sufre el PSC cada vez que vota blanco en el Parlament y negro en el Congreso de los Diputados. Veremos, de prosperar la fórmula, si el PSOE la acepta. No será fácil, pues incluso dentro del PSC existen grandes discrepancias. El abanico va desde los que no tocarían nada hasta los que exigen recuperar ya el grupo propio perdido tras las fuertes tensiones causadas por la LOAPA. Entre los últimos se hallan los maragallistas y los seguidores de Raimon Obiols, los obiolistas. Hablando de Obiols: no deja de ser curioso que este defienda con tanto fervor el grupo parlamentario del PSC, pues él fue corresponsable de su desaparición. Así se desprende de la narración que en un libro entrevista me hizo el malogrado Ernest Lluch de aquel suceso – Qué piensa Ernest Lluch –. Lluch, en 1982 era portavoz de los socialistas catalanes en el Congreso, cuenta que dio su firma para que pudieran presentarse las enmiendas a la LOAPA –él no quería presentarlas– y que, no obstante, sus compañeros del PSC renunciaron a hacerlo.