El lunes, el domingo por la noche, se encontrará como aquel personaje del chiste que, colgado de una frágil rama y con el precipicio abriéndose a sus pies, exclama algo así como: «Vale, ¿pero hay alguien más?» Ese hombre es el presidente del gobierno de la Generalitat y líder de CiU. Porque hay dos cosas prácticamente seguras de las elecciones de domingo: la primera, un amplio, apabullante, triunfo del PP; la segunda, en Catalunya, el desplome del PSC.
El lunes, el domingo por la noche, la caída electoral de los socialistas catalanes culminará un ciclo –catalanas, municipales, españolas– negro como la boca del lobo feroz. Empezará entonces de verdad la lucha, el forcejeo, los empellones, anteriores a un congreso, programado para diciembre, que va a poner patas arriba el partido y que no parece que vaya a curar, al menos a corto plazo, la aluminosis que aqueja a la organización que hasta hace poquísimo acumulaba más poder que nadie, sin el permiso de la cual apenas nada podía moverse en Catalunya.
Volvamos a Mas y al precipicio. El president va a necesitar mucho al PSC en los próximos tiempos. Pero el PSC hoy, y probablemente mañana tampoco, ni está ni se le espera. Por consiguiente, o Mas queda prisionero del PP o recurre a Oriol Junqueras . La opción posibilista pasaría por asociarse ora con unos, ora con otros. Pero no va a ser nada fácil tomar el camino del medio. Por si acaso, la derecha mediática madrileña ha comunicado privadamente a CiU que no tolerará según qué. A todo esto, la crisis va a seguir golpeando con más fuerza, si cabe, durante el 2012.
Paradójicamente, a Mas le puede interesar que dentro de tres días el batacazo socialista sea menos sonoro de lo predicho y que el congreso de diciembre vaya mejor de lo esperado. Porque cuanto más débil se sienta el PSC, mayor va a ser su instinto de conservación, lo que significa que, atenazados por el pánico, los socialistas pueden optar por atrincherarse, por no querer saber nada ni de diálogo ni de negociaciones con CiU. La táctica pasaría por provocar el acercamiento de los convergentes al PP para así poder hincharse a cornear a ambos, a «la derecha».
Caer en esa tentación, una tentación real, viva, constituiría, a mi juicio, un grave error, por el cual también el PSC, no solo Catalunya o el Gobierno de la Generalitat, pagaría un oneroso precio, pues supondría desalojar amplios espacios de centralidad política en beneficio del PP, que pasaría progresivamente a ser percibido con plena normalidad por una muy amplia mayoría de los ciudadanos. Un PP que tiene como líder a Mariano Rajoy y no a José María Aznar , un PP que ya da menos miedo que antes, podría fácilmente seguir engordando a costa del propio socialismo catalán hasta alcanzar nuevas y más ambiciosas metas.