Alfons López Tena da mucho que hablar. Sus continuas salidas de tono no se deben, sin embargo, a la ignorancia o a la impericia propia del novato. López Tena tiene un plan: se trata de aprovechar el Parlament y cualquier ocasión que le pase por delante de las narices para conseguir chupar cámara. Cueste lo que cueste. Tiene sus fans, un público reducido pero motivado y beligerante, que le aplauden como si fuera realmente un héroe.
Lo que ocurre con los derrapes y el desmadre de López Tena debería hacernos reflexionar a todos, en especial a los periodistas que le ríen las gracias y le ceden espacios. Además, ¿no es curioso que alguien que va de patriota se dedique a insultar a la presidenta del Parlament, a menospreciar al president Mas, a tachar a sus compañeros diputados de panda de chupópteros y vagos, y a llamar al Parlament de Catalunya «parlament de fireta» ?
Tales exabruptos se parecen mucho en su espíritu y, a veces también, en su letra a los de la derecha más españolista y, particularmente, a los de la Brunete mediática madrileña. La diferencia es que el primero constituye, gracias a Dios, un elemento bastante aislado, mientras que los otros gozan de un enorme poder de intoxicación, influencia y movilización. Al igual que López Tena, también resultan paradójicos. Así, por ejemplo, son capaces de dormir abrazados a la bandera rojigualda, para, a la que sale el sol, actuar como el peor de los desestabilizadores. Lo hicieron en mayo del 2010, cuando celebraron la negativa del PP a apoyar a Zapatero para salvar a España del desastre económico. De la misma manera, santifican y echan incienso a la Constitución aunque, si pudieran, la reescribirían entera, pues en su fuero interno la consideran un exceso, una equivocación que hay que corregir como sea.
Los citados medios se dedican –con frecuencia sirviéndose de los Lópeces Tena de turno– a alimentar la intransigencia y a reclamar mano dura con Catalunya. Con el tiempo han conseguido crear en la opinión pública española un clima de catalanofobia y animadversión del que los dos grandes partidos, sobre todo el PP pero también el PSOE, participan a veces con insensato entusiasmo.
Todo ello dificulta cualquier avance que recoja las aspiraciones y las necesidades de Catalunya. Es más: en estas circunstancias, pese a que muchas cosas de la Constitución puedan no gustarnos, lo que menos nos conviene a los catalanes es que se pongan a reformarla a fondo: tenemos todos los números para salir trasquilados. Y –¿por qué no añadirlo?– tampoco creo que nos convenga que la monarquía, institución que tal vez nos deja fríos y que vive hoy la zozobra del caso Urdangarín, dé paso mañana a una república. ¿Se imaginan qué podría pasar con Aznar, Fraga, Guerra o Bono de presidentes?