El socialista Jordi Font, insigne representante de la corriente bautizada como obiolismo, reflexionaba unos días atrás en un artículo en El Punt Avui sobre el auge del ideal independentista en Catalunya y concluía que el descontento con España no puede considerarse tanto un éxito del nacionalismo catalán como un fracaso del federalismo, esto es, del PSC en primer lugar.
Font enumeraba los factores que han ido empujando a personas a las que nunca se les había pasado por la cabeza apostar por un Estado propio a sumarse a las huestes independentistas. No pocas de estas personas provienen de sectores socialdemócratas. Estoy de acuerdo, a medias, con su análisis. Coincido en que el impulso independentista tiene mucho que ver con la incapacidad española para reconocer, apreciar y acomodar la diversidad.
Lo resume muy bien el president Pujol, nacionalista no independentista y garante de la estabilidad española durante sus años en el Govern, quien suele señalar que su problema, yo creo que también el problema en general, es que los no independentistas como él se han quedado sin argumentos para contrarrestar eficazmente los de aquellos que abogan por la ruptura. Se diría que el independentismo se ha normalizado como propuesta y crece sobre todo porque la alternativa se ha debilitado hasta la anemia. No hay que olvidar que Pujol defendió una variante de federalismo asimétrico al que se llegaría por medio de una generosa reinterpretación de la Constitución.
Como Pujol, son muchos, recalcaba el director del Institut del Teatre, los que han visto que el callejón no solo es oscuro, sino que carece de salida. Muchos los que han llegado a la conclusión de que no hay nada que hacer o, lo que es lo mismo, que exclusivamente un Estado propio puede ofrecer, al menos en teoría, un futuro digno y próspero a los catalanes.
Discrepo de Font en lo del fracaso del federalismo catalán. Me parece que es demasiado duro con los suyos, entre otras cosas porque durante un montón de años la opción por una configuración intermedia entre autonomismo e independentismo ha sido hegemónica en Catalunya (y aún lo es). El obstáculo no hay que buscarlo a este lado del Ebro, sino en la recalcitrante incapacidad de la política y la sociedad españolas para asumir la pluralidad lingüística, cultural e identitaria, en especial en relación con catalanes y vascos. El PSC ha hecho, mal que bien, lo que ha podido, igual que otros, pero el entendimiento, un pacto satisfactorio entre Catalunya y España, no puede lograrlo una sola de las partes, por mucho que lo desee. Sefarat solo ha sido soñada por los catalanes. Esa es la realidad y meollo de la cuestión. Es un fracaso, sí, pero principalmente de España, no de Catalunya, tampoco del PSC.