¿España se merecería ser intervenida? Me parece que debemos admitir que sí: el comportamiento de sus máximos responsables y los datos de su economía justifican una intervención. Pero en política, y especialmente en política internacional, lo justo o injusto no suele ser ni el único baremo ni el que más pesa en el desenlace de los acontecimientos.
Nos hallamos, al menos en el momento de escribir estas líneas, en pleno pulso entre el Gobierno español y, simplificando, Angela Merkel. Aparentemente, Mariano Rajoy ha dejado claro a quien corresponde que no va a solicitar la intervención; esto es, que de ningún modo va a pedir que «los hombres de negro», en expresión del ministro Montoro, tomen el timón en España. Cabe atribuirlo a la tozudez o al particular sentido español de la honra y el orgullo. Igualmente, podemos recordar la propensión del presidente a dejar pasar el tiempo sin parpadear, para aguantar. Y sospechar, además, que lo de Bankia resulta tan escandaloso que en realidad estamos ante un reflejo defensivo, de autoprotección y mutuo encubrimiento, de las élites políticas y económicas españolas. Es legítimo y lógico creer que algo de todo esto hay.
Saltemos a otra pregunta. ¿Para el ciudadano de a pie, para la inmensa mayoría, la intervención es buena o mala? Al menos a día de hoy, parece que España hace bien al intentar evitarla. Lo que pretende el líder del PP es que se auxilie al sistema bancario directamente, pero sin tener que ceder el mando (la intervención supondría probablemente el fin de la presidencia de Rajoy). La baza con la que cuenta España para que se encuentre un mecanismo para rescatar a su banca es apabullante y grave: si España se hunde, el euro se rompe y la vigente idea de Europa acaba en el basurero de la historia.
Es un tipo de amenaza que cabe analizar desde la teoría del conflicto, es decir, de lucha entre poderes. Estamos ante una jugada desesperada y desesperante, la cual está de-
satando naturalmente todo tipo de presiones sobre Rajoy, pero, ojo, también sobre Merkel. Cabe considerar que, a raíz de los temores de Obama por la evolución europea y tras la victoria de Hollande en Francia, la alemana está viendo cada vez más cuestionadas sus posiciones.
Concluyo subrayando que, pese a algunos efectos positivos y ciertas virtudes higiénicas de la intervención, que los hay, la medida acarrearía enormes sufrimientos para los ciudadanos españoles, habida cuenta de que la prioridad de los interventores no sería otra que intentar que España pague lo que debe, es decir, que sus acreedores extranjeros cobren. El interés general español quedaría en segundo plano. Dirigir la mirada hacia el este y pensar en lo que sucede en Grecia causa sudores y vibrantes escalofríos.