Algunas informaciones y ciertos indicios apuntan que la carta web del rey Juan Carlos no fue un encargo, sino que responde al enfado personal e irreprimible del Monarca por la manifestación del Onze de Setembre y las declaraciones de Artur Mas. Por su parte, Mariano Rajoy habría dado su visto bueno, lo que no hace más que añadir malos augurios al trascendental encuentro que el presidente español mantendrá hoy con el catalán.
Una de las cosas que chocan del texto es el tono. Sus expresiones resultan menos institucionales de lo que cabría esperar dada la importancia del asunto y lo que es costumbre en los discursos del Rey. La referencia a los galgos y los podencos es una muestra de ello. Luego está el momento en que se produce la intervención de Juan Carlos, esto es, cuando el choque entre Catalunya y España ciertamente se anuncia, pero se encuentra, en todo caso, en un estadio inicial. Salir a la palestra a la primera de cambio demuestra un nerviosismo fuera de lugar y supone gastar parte de una pólvora que más adelante podría resultar preciosa. Hacerlo 48 horas antes de la primera reunión oficial entre Rajoy y Mas sobre el pacto fiscal no deja de subrayar el carácter intrusivo del pronunciamiento.
Tras revisar brevemente el origen, el tono y el momento de la carta del Rey, vayamos al contenido estrictamente dicho. El Monarca llama a la unidad y a fortalecer ciertos valores. Entre estos últimos no se encuentra ni una sola alusión, ni que sea tangencial, a la pluralidad y la diversidad de España. Contrariamente, al referirse a la unidad, se advierte que hay que evitar «alentar disensiones, perseguir quimeras, ahondar heridas». No parece que sea función del Rey, que lo es de todos los españoles, es decir, de todos los ciudadanos del Estado, censurar, y menos aún en tales términos, a los cientos de miles de manifestantes que salieron a la calle la semana pasada en Barcelona. Tampoco a un gobierno, el de la Generalitat, democráticamente elegido y que forma parte de la arquitectura institucional del Estado.
El Rey ha callado en muchas ocasiones antes de ahora. Calló, por ejemplo, cuando el boicot contra los productos catalanes, cuando el PP recurrió el Estatut y cuando el Constitucional lo trituró pese a haber sido aprobado en referendo. Muchos catalanes deben haber recordado todo esto tras la insospechada carta real. Y quizás incluso sus palabras del día de Sant Jordi del 2001, cuando rechazó que el castellano haya sido nunca impuesto.
El Rey se ha equivocado. Se ha extralimitado. Ha resbalado de nuevo. Desde el catalanismo, no solo desde el independentismo, sus palabras no pueden considerarse sino una grave afrenta. Con su carta, además de pretender dictar lo que es legítimo defender y lo que no, ha tomado partido a favor de unos y en contra de otros.