Pese a que las elecciones gallegas y vascas presentan un alto grado de especificidad, los malos resultados han desatado la inquietud en el PSOE. Es lógico, pues hay indicadores de sobras para concluir que el problema socialista no se circunscribe a esas dos autonomías, sino que es un fenómeno de carácter general.
Una de las evidencias aparentemente poco discutibles tras los comicios del domingo es que al PSOE le queda un largo camino por delante antes de convertirse nuevamente en una alternativa real de gobierno. Los ciudadanos no van a olvidarse fácilmente ni de la negativa de Zapatero a admitir la crisis ni de los recortes adoptados por el Gobierno socialista a partir de mayo del 2010.
Zapatero decepcionó gravemente a sus electores. Además, cuando se ha constatado claramente que la política económica van a dictarla desde fuera, es complicado convencer a los votantes de centroizquierda para que sigan dando su apoyo al PSOE, especialmente porque este partido es parte del establishment y hasta hace cuatro días estaba haciendo lo contrario de lo que hoy pregona.
Sin apenas margen para una política económica muy distinta, el PSOE debería al menos poder plantar cara a la ofensiva españolista del PP y sus entornos. Pero resulta que el PSOE no tiene nada que proponer. O, para ser justos, tiene pendiente, tras el fracaso del Estatut, el debate para definir su propuesta para el futuro de España, en un momento en que el proceso liderado por Artur Mas en Catalunya –al que hay que sumar, en un plano distinto, los resultados de PNV y Bildu– confiere ale asunto una importancia capital.
Ante las reclamaciones catalanas, el PP responde de forma abrupta e insultante, amén de agitar con todas sus fuerzas la bandera. Existe el peligro de que el PP –cuyo ADN poco tiene que ver con el de los tories británicos– no se comporte en ningún caso razonablemente, y opte por la ciega confrontación. El PSOE tiene que darse cuenta de que competir en nacionalismo con el PP lo aboca al fracaso y, a partir de ahí, abrir un espacio propio, de la mano de un modelo atractivo para el electorado que no se identifica con el áspero discurso de la derecha.
El PSOE, finalmente, debería ser capaz de recuperar el aura de modernidad perdida, toda vez que uno de los logros más importantes de los populares y sus adláteres mediáticos ha sido hacer que su proyecto sea percibido en esa clave por muchos sectores de la sociedad española.
Resumiendo: para reconectar con el ciudadano, los socialistas deben recuperar la credibilidad; deben poder defender con fuerza una propuesta propia para España y, además, hacer que el partido no sea visto como algo obsoleto, parte del pasado. No creo, aunque este sería ciertamente otro artículo, que alguien con el historial y las características de Pérez Rubalcaba sea la persona idónea para estos retos.