No sabría decirles qué seguimiento pudo tener exactamente la huelga de ayer, pero ciertamente fue un día gris, extraño, con poca vida en las calles. Con el viento de otoño jugando a mover las hojas, a dibujar con ellas remolinos en los rincones de la ciudad. Solo Sánchez-Camacho mantuvo el pistón funcionando para lanzar lo del «autonomismo diferencial» que, sientiéndolo mucho, me suena a pariente de aquel entrañable aunque terrible «sano regionalismo» de no hace tanto.
Ayer, decíamos, fue un día extraño. La campaña –cuyo bajísimo techo resulta sorprendente incluso para los más escépticos– quedó prácticamente suspendida, mientras la huelga general nos recordaba que desde hace un tiempo el mundo, nuestro mundo, se derrumba ante nuestros ojos.
Hace poco leía en una red social el post de una compañera de profesión en el que lanzaba un grito de socorro por hallarse, ella y sus hijos, al borde del desahucio. Pensé, primero, que se trataba de un ejercicio literario, de un texto de denuncia del problema. Pero no: pronto me di cuenta de que, en efecto, pueden quedarse sin hogar. Que el problema era real y personal, que no tenía nada de abstracto.
Hace mucho que la crisis ha dejado de golpear a otros o a desconocidos. El paro, la limitación de los subsidios y otras ayudas y el encogimiento del Estado del bienestar no constituyen algo remoto, sino que más directa o más indirectamente a todos nos hacen daño. La clase media, la verdadera columna vertebral de cualquier sociedad madura y civilizada, está siendo diezmada y maltratada. Y por ello el miedo es cada vez más denso y omnipresente. Además, ha ido fermentando un agudo sentimiento de injusticia, sentimiento que se derrama sobre un fondo de tristeza, pesimismo e, incluso ya, de melancolía.
Es muy claro y muy fácil de entender en el caso de los desahucios. Mientras los ciudadanos ha salido con su dinero al rescate de los bancos y cajas, hasta el suicidio de la exedil de Eibar Amaia Egaña no se han arremangado nuestros políticos por sus ciudadanos, muchos de los cuales, cínica paradoja, han quedado a los pies de los caballos bancarios.
¿Que en medio de la campaña electoral catalana la agenda económica y social reclame su protagonismo puede afectar a los resultados? El sentido común indica que no le va bien al PP –al frente del Gobierno español– y que sí le podría ir bien a Iniciativa –con un discurso simple pero resultón–. En relación a Mas y CiU, creo que el ciudadano sabe que la crisis tiene unas causas y unos remedios que van mucho más allá de nuestro país. Por otra parte, el president ha sabido transmitir sensación de seriedad y, más importante aún, el nacionalismo catalán ha sido eficaz –no lo había logrado en el pasado pese a haberlo intentado denodadamente– al unir bienestar social y económico a más soberanía. Si los catalanes pudiéramos administrar Catalunya, nos dicen, otro gallo cantaría. Ese planteamiento, ese tipo de frame, resulta a día de hoy un arma electoral muy potente. Adivino que imbatible.