El llamado pacto por la libertad entre CiU y ERC hay que contemplarlo obligatoriamente a la luz de los resultados del pasado 25-N. Los votantes soberanistas optaron aquel domingo por una dinámica distinta a la que parecía a priori lógica y previsible: así, en lugar de concentrar el voto para reforzar el liderazgo de Artur Mas, decidieron diversificarlo.
El nuevo reparto de escaños convirtió a ERC en un actor clave. Por su peso parlamentario, pero también porque es, de facto, el único socio posible, ya que Mas quiere mantenerse fiel a su compromiso con los catalanes. Lo primero que hizo Oriol Junqueras fue descartar un Govern de coalición y ofrecer un pacto que tuviera como piedra de toque un compromiso escrito y con fecha para una consulta. Con dos objetivos: justificar ante sus cuadros y electores el apoyo a un Ejecutivo forzado a seguir llevando a cabo fuertes recortes y, segundo, asegurarse de que, si finalmente no se preguntara a los ciudadanos, Mas y CiU pagarían un preció altísimo por ello.
La gran cuestión radica en saber qué ocurrirá si, como es muy probable, en el 2014 no existe marco legal alguno (catalán, español o internacional) que ampare el ejercicio del derecho a decidir. Entonces, Mas se verá en la dramática tesitura de tener que elegir entre: a) intentar celebrar la consulta a la brava, fuera de la legalidad; b) renunciar a ella (o prorrogar el plazo, caso que ERC se lo permitiera), o c) incumplir el acuerdo con los republicanos y convocar elecciones, o bien tratar de agotar la legislatura buscando nuevos apoyos parlamentarios.
Obsérvese la diferencia entre los riesgos que asume CiU (acentuados por un contexto socioeconómico totalmente adverso) y los que asume ERC, que prácticamente en cualquier futurible tiene algo que ganar, sea poco, mucho o bastante. Resulta obvio, y así lo ven no solo Unió, sino también no pocos sectores de CDC, que Mas y la federación se sitúan en una posición mucho más incómoda e incierta que ERC.
Alimentando el escepticismo y los temores sobre cómo pueda actuar ERC están su pasado reciente (los tripartitos) y su tradicional inestabilidad interna, propiciada, aunque no solo, por su carácter asambleario. A favor del éxito del pacto juegan la esperanza en que la ERC de Junqueras haya aprendido las lecciones del pasado y, mucho más relevante, la enorme corriente de simpatía e ilusión que despiertan el derecho a decidir y la independencia.
El único factor que podría remover este esquema es una posible oferta –algo que no se puede descartar, pese a que Rajoy y los suyos estén instalados actualmente en la estrategia del acoso, la amenaza y el miedo– por parte del PP para, junto con el PSOE, ofrecer una alternativa atractiva y creíble a Catalunya.