Son numerosas las voces que en España, también en Catalunya, reclaman un gran pacto que de lugar, a ser posible, a un gobierno de unidad. El Ejecutivo italiano que preside Enrico Letta, formado tras el imparable ascenso de los grillini, es mencionado estos días como una buena y esperanzadora noticia.¿Es algo parecido posible en España o en Catalunya? Mi conclusión es que, hoy por hoy, no. O aún no.
Como ha vuelto a advertir el último sondeo del CIS, la actual deriva política conduce a la constante erosión de los partidos gobernantes -y de aquellos a los que se identifica más fácilmente con el establishment- junto con el crecimiento de las opciones radicales o populistas. El caso de Rosa Díez o de IU podría servir para ilustrar el fenómeno, aunque no hay que descartar que en el ámbito español surjan otras fuerzas encumbradas por la marea de malestar e indignación que todo lo inunda. En cuanto a Catalunya, la alianza entre la monja Forcades y el activista impenitente Arcadi Oliveres es el último producto de una dinámica que amenaza con convertir en un caos ingobernable tanto las Cortes españolas como el Parlamento catalán.
Lo que sucede en España y Catalunya no es algo exótico o singular, sino que se da en toda Europa. Además, el radicalismo y el populismo tanto pueden avanzar por la izquierda como por la derecha. A modo de inventario mínimo, añadamos dos ejemplos más a los ya citados: los antieuropeistas británicos del UIKP y el movimiento francés contra los matrimonios gay capitaneado por Frigite Barjot.
Ante esta perspectiva, se dice, es necesario que los partidos de gobierno dialoguen, pacten, cojan el toro por los cuernos y sean valientes. Porque se trata de la terrible crisis económica, pero también de las tensiones territoriales (el llamado «problema catalán» o el problema español con Catalunya) y de la corrosiva sensación de que el sistema institucional se encuentra todo él envilecido.
Regresemos ahora a la pregunta del principio. Creo que, por desgracia, no se producirán grandes pactos o gobiernos de unidad hasta que no haya más remedio. Lo que significa que, fieles a su lógica atroz, a su genética miopía, los partidos no intentarán de verdad ponerse de acuerdo, si acaso, hasta que vean peligrar su propia supervivencia, hasta que se inclinen sobre el abismo. Hasta el último segundo. Pero, como se sabe, reaccionar en el último segundo fácilmente puede resultar estéril y sinónimo de fracaso.
De forma razonable, algunos analistas auguran que si los principales partidos optan por gobernar juntos, puede que simplemente se hundan juntos. Tal vez. El problema es que, como muestran todos las encuestas, ahora los principales partidos ya se están hundiendo juntos.