No es nuevo que Pere Navarro nos sorprenda. Lo hizo al recomendar insospechadamente el relevo del rey Juan Carlos (poco después ordenó a sus diputados en el Congreso que avalaran el derecho a decidir y rompieran la unidad de voto con el PSOE). La capacidad del primer secretario del PSC para desobedecer lo que dicta el polvoriento manual de la táctica política me llamó ya la atención unos meses atrás.
Resulta que el líder socialista ha vuelto a irritar a muchos, propios y extraños. Ha puesto de nuevo el dedo en la llaga al denunciar el privilegio que suponen los sistemas de financiación vasco y navarro. Igual que con el Rey, Navarro ha actuado como el niño que, ajeno a las convenciones, cuenta en el cole que sus padres duermen en habitaciones separadas. O que informa a mamá en voz alta de que el señor de la mesa de al lado se está hurgando la nariz (a la vez que señala ostentosamente).
Que el concierto vasco y el convenio navarro resultan injustos en su aplicación no creo que nadie pueda negarlo seriamente. Como no es discutible, por mucho que tipos como el extremeño Monago se empeñen, que Catalunya contribuye por encima de lo razonable a la caja única española. Quizá lo más sintomático de la jarana que se ha montado es que la reacción mayoritaria ha consistido en intentar agarrar al niño por la oreja y sacarlo de la habitación. En Catalunya CiU cree que es mejor dejar tranquilos a vascos y navarros.
Resulta curioso que nadie reclame lo obvio: las cifras. ¿Cuánto pagan y cuánto reciben las autonomías cada año? Si tenemos los datos de la UE, ¿por qué no del Reino de España? Los que se pasan el día hablando de la Catalunya insaciable y malgastadora, son, por supuesto, los menos interesados en que se sepa la verdad. En cuanto a los vascos, cabe recordar que, en lugar de apoyar las demandas de Catalunya, siempre tratan de sacar partido de la tensión entre la Generalitat y el Gobierno central. Lo están haciendo también ahora. Para muestra sangrante de su actitud, las recientes declaraciones del lendakari Urkullu alineándose con el ala más dura del PP para negar a Catalunya un poco de oxígeno en forma de un tope de déficit algo más elevado.
Me parece muy positiva, al margen de lo que cada uno opine sobre el Rey o los regímenes forales del País Vasco y Navarra, la actitud irreverente y sin duda higiénica de Navarro. Lo que se le puede reprochar es que, paradójicamente, insista en defender un proyecto sustentado en una creencia tan poco realista -por decirlo con suavidad- como que en España, ahora sí, va a producirse un giro copernicano y va a reformarse la Constitución para reconocer la diversidad y acomodar a Catalunya como esta reclama y merece.