Hay una manera de mirar –más que de analizar– las actuales reivindicaciones catalanistas que toma prestados su forma y estilo de la caricatura y lo grotesco. Su relato cuenta que la actual movilización popular en Catalunya es fruto de una perversa manipulación perpetrada por Mas y los políticos nacionalistas, más TV-3 y la inmersión y el adoctrinamiento escolar. Sigue apuntando tal, digamos, explicación que los que participaron ayer en la cadena –o lo hicieron en las consultas populares, o en la gran manifestación del Onze de Setembre del 2012, o en lo que sea– no son más que ciudadanos engañados, polichinelas, gente tristemente desorientada.
Esta versión de lo que está sucediendo acusa al soberanismo de causar la división, la fractura social, previa al enfrentamiento entre catalanes. Las personas que discrepan, que no están de acuerdo, añaden, ahogan hoy su voz por temor, abrumadas por lo que llaman pensamiento único nacionalista. Una buena parte del país estaría callando porque tiene miedo.
Algunos aprovechan, además, para deslizar que en el fondo todo responde a los intereses de unas ciertas élites locales movidas por las ansias de poder y dinero, para sacar tajada de lo que sucede y esconder su larga lista de pecados y equivocaciones.
Bien. A mi entender, este diorama siniestro es, como mínimo, una construcción burda e interesada. Y quizá sea por eso que su éxito en Catalunya es escaso. Le falta credibilidad. Lo que yo he visto y vivido en estos últimos años es muy distinto. Igual que lo es mi experiencia de ayer, en el tramo 301 de la Via Catalana, en el pueblo de La Gornal, en el Alt Penedès, muy cerca del espléndido pantano de Foix.
Lo de La Gornal fue una gran fiesta, aunque seria, cívicamente responsable. Los padres y las madres, los abuelos y las abuelas, los niños y las niñas eran lo más opuesto que pueda imaginarse a gente fanatizada o engañada por la propaganda. Era gente como la demás gente. Como la que cada día va a estudiar o –si puede– a trabajar y pasea por las calles y plazas de Catalunya.
No es estéril
Como en otras ocasiones parecidas, ayer, allí –y en toda la cadena humana–, se reunieron hombres y mujeres pobres, ricos y de clase media. De izquierdas, de centro y de derechas. Que consagraron la jornada a pasarlo bien, en muchas ocasiones acompañados de familiares y amigos. No había en el ambiente ni pizca de animadversión. Como digo, reinaba la alegría y el buen humor. Pero todos eran sabedores de que su gesto, su decisión de participar en la cadena, nada tiene que ver con la ligereza o la frivolidad.
Tanto los más metidos en política como los menos eran perfectamente conscientes de que estar allí juntos y ser tantísimos era muy importante. Que, digan lo que digan algunos, la sensacional demostración de compromiso y dignidad de ayer no es estéril y sí va a servir. Y sentían estar haciendo historia, historia de verdad, y construyendo un futuro mejor y más libre para todos, también para los que, por el motivo que fuera, ayer se encontraban en otro sitio.