Gracias a Dios, nada grave sucedió el sábado en Barcelona. Los ultras se citaron en Montjuïc y el españolismo ciudadano, los convocados por la plataforma Som Catalunya, Somos España, en la plaza de Catalunya. Se reunieron unos cuantos miles pero no fue nada del otro mundo, pese a los autocares y la publicidad pagados por el PP.
Por descontado, Alicia Sánchez-Camacho no dudó, igual que Albert Rivera, en vender como un gran éxito una concentración que solo lo es si la comparamos con el fracaso total del año pasado. En armoniosa comunión, los dos arremetieron contra Pere Navarro y el PSC por ausentarse. Según ella, no estar allí a los socialistas les pasará «factura». Según él, lo que les ocurre al primer secretario del PSC y a Alfredo Pérez Rubalcaba es que tienen «complejos».
Entiendo su reacción. Si los militantes y votantes del PSC que no están por la independencia hubieran acudido, la cifra de manifestantes se hubiera multiplicado. Pero eso era tremendamente difícil que ocurriera. Como era muy difícil que Pere se fundiera en un fraternal abrazo con Alicia y Albert para celebrar una recién descubierta camaradería.
¿Por qué? Lo más obvio: porque el PSC, pese a dudas y titubeos, quiere que los ciudadanos se pronuncien democráticamente sobre el futuro y reclama una reforma de la Constitución que, confía, arreglará las cosas entre Catalunya y España. O, tal vez, los socialistas tenían miedo de que los ultras de Montjuïc (o alguno de los que también rondaban por la plaza de Catalunya) fueran a por ellos, como fueron el 11-S a por la gente que estaba en la librería de la Generalitat en Madrid. Puede también, por ejemplo, que, como el PSC es un partido catalanista, le entusiasme menos que a PPC y Ciutadans encabezar un acto en el que, entre otras cosas, solo suena el himno español y se olvidan de Els Segadors (¿Comentaron los organizadores al president, Artur Mas, este tipo de detalles cuando les recibió?).
O que al PSC no le acabe de gustar que el PP siga sin ser capaz de condenar con rotundidad el franquismo. Estos días, los populares han vuelto a evitarlo en el Congreso, el Parlament –fue cuando Ciutadans montó la tangana– y el Ayuntamiento de Barcelona. También en el Europarlamento (en un intento, quién sabe, de rescatar la marca España).
En definitiva, está bien que no haya que lamentar incidentes de gravedad. Además, que aquellos que no quieren que sus conciudadanos sean consultados puedan manifestarse tranquilamente por el centro de Barcelona es sinónimo de tolerancia y buena salud democrática. Nos habla de una sociedad inteligente y que mantiene la serenidad, bastante más madura que algunos de sus dirigentes políticos.