Se ha producido, se viene produciendo, una ofensiva para identificar la llamada tercera vía con la moderación; es decir, con el realismo y con lo posible. La tercera vía, las terceras vías, congregarían a los que no están por la independencia sino por un pacto con España que resulte satisfactorio para los catalanes, más del 80% de los cuales son partidarios del derecho a decidir. Los impulsores de la tercera vía aspiran a que, de producirse un referendo o una consulta, se propongan tres alternativas, una de las cuales referida al citado pacto con España.
El problema es que, amigos, hoy no hay camino de en medio. No hay oferta de pacto sobre la mesa, ni tercera vía en el horizonte. Ni el Gobierno, ni la oposición, ni el conglomerado de poderes –mediáticos, económicos, altofuncionariales, culturales, etc.– que dirige España, ni la sociedad española se plantean seriamente la tercera vía. La tímida reforma constitucional que plantea el PSOE –a partir del documento alumbrado con fórceps en Granada–, amén de a todas luces insuficiente, no tiene recorrido, ya que el PP lo rechaza de plano. PP y PSOE se han conjurado para impedir que los catalanes se pronuncien sobre su futuro. Como sea que la tercera vía depende de que España responda al independentismo con una oferta atractiva, y puesto que esa oferta ni existe ni parece que vaya a existir, sigue habiendo hoy solo dos respuestas posibles a la pregunta sobre Catalunya y España: seguir igual o la independencia.
La tercera vía es, pues, una especulación, un deseo, una utopía. Una cortina de humo que a algunos, desde Barcelona y desde Madrid, les interesa aventar. Ahora seguramente es menos probable que la independencia. Nada que ver con la moderación, el realismo o el posibilismo. No tiene base, pues, por desgracia, y como escribí ya en estas páginas nunca desde la transición ha habido en España menos ganas de un cambio que abrace las aspiraciones catalanas. Más bien todo lo contrario.
Pese a ello, la tercera vía es patrocinada con ahínco por una parte de las élites económicas catalanas, temerosas del conflicto con España. Cada vez que un dirigente político español amenaza a los catalanes o maldice sobre la independencia, esas élites temblorosas se aferran a la utopía con fuerza renovada. Además de con las citadas élites económicas, la tercera vía cuenta con un puñado de partidarios del gremio político –singularmente Duran y la cúpula del PSC– y periodístico-intelectual. En el segundo grupo, donde campa también el temor a lo que pueda suceder, se entremezclan personas bien intencionadas –en labios de algunas la tercera vía llega a alcanzar texturas místicas–, españolistas enmascarados y cínicos que no creen más que en sus intereses y en los de sus amos.
Lo dije antes y lo repito. Fichte tenía razón: ” entre los estados no existen leyes ni derechos; solo impera la ley i el derecho del más fuerte”. Todo lo demás son sueños y los sueños, sueños son.