La pregunta casi ha monopolizado estos días la atención de los medios de comunicación. Se ha hablado y escrito mucho sobre ella. Pero, por decirlo llanamente, la pregunta no es el tema, o no el más importante. No lo es porque el PP y el PSOE han dicho y repetido que van a impedir que el referendo o consulta tenga lugar.
Catalunya pide hoy que se le permita votar y que para ello el Estado le ceda la competencia para poder hacerlo, al estilo del Reino Unido y Escocia. La respuesta es un no absoluto. Existiría un camino mucho más fácil: un referendo convocado por el Gobierno español en toda España. Sencillo y perfectamente legal. Y que, además, presenta algunas ventajas para los intereses soberanistas.
Por otra parte y, si por lo que fuera, finalmente se les permitiera a los catalanes expresarse, ¿ustedes creen que el Ejecutivo español renunciaría a intervenir en la pregunta?
Tener ya el redactado –algo que, como escribí hace días, no era estrictamente necesario, pues, en realidad, de lo que se trata es de solicitar que se autorice la votación– es importante en la medida que no ha causado la rotura del bloque soberanista. Lo importante es, pues, haber salvado y sellado el consenso, la unidad.
La pregunta, inclusiva y con el término independencia en su seno, presenta ciertamente algunos problemas, enmendables, especialmente en cuanto a la interpretación de los resultados. Pero es el precio que hay que pagar por ese consenso y unidad. En este apartado, por cierto, no deja de resultar curioso que algunos de los que denuncian las zonas de ambigüedad sean los que, en realidad, rechazan la consulta o votarían no-no.
La unidad de acción entre los partidos que tomaron parte en la cumbre del jueves es fundamental. Estamos inmersos en una partida en el transcurso de la cual habrá que poner especial atención en la unidad soberanista, una unidad que recibió un duro golpe cuando el PSC dio la espalda al derecho a decidir.
El partidismo y el tacticismo, la política pequeña y miope, han lastrado hasta ahora el proceso soberanista en su articulación puramente política. Es algo que los ciudadanos reprochan agriamente a los partidos. Si no hubiera habido acuerdo, la gente, el movimiento popular soberanista, no se lo habría perdonado.
Intentar ganar la independencia no es poca cosa. Para tener posibilidades de éxito es imprescindible vencer las pulsiones divisorias. Unas pulsiones a las que los políticos catalanes son muy proclives, como ilustra la historia y, recientemente, el accidentado episodio de elaboración y negociación del Estatut.
La unidad se preservará únicamente si los dirigentes políticos son capaces de transmutarse en estadistas y, como sentenciara Winston Churchill, pensar más en las próximas generaciones que en las próximas elecciones. Si, en definitiva, la generosidad patriótica se impone al egoísmo partidista.