La satisfacción y el alivio se extendieron a la velocidad del rayo entre los soberanistas y también entre aquellos que no lo son pero consideran que hay que permitir a los catalanes decidir democráticamente su futuro. Solo se me ocurre comparar la satisfacción y el alivio de ayer con los del día en que el Parlament aprobó el Estatut –30 de septiembre del 2005–, que, como se sabe, al final acabó descarrilando y dando origen a la situación actual.
Lo de ayer fue una victoria de la unidad catalanista. Y una derrota del tacticismo miope, del partidismo egoísta. También fue una victoria de quienes lograron ponerse de acuerdo –CiU, ERC, ICV-EUiA y CUP– y, muy notablemente, del president Mas, que ve reforzado su liderazgo.
La doble pregunta, lo más relevante del acuerdo alcanzado, tiene vocación inclusiva y a la vez permite a los partidarios de la independencia expresar claramente su posición. El primer interrogante conecta con el derecho a decidir –que cuenta con el apoyo de una amplia mayoría social–, mientras el segundo aborda directamente la opción de la independencia.
Obviamente, además de la sensatez y el miedo a romper el consenso, al éxito de la cumbre contribuyó la certidumbre de que PP y PSOE van a impedir en las Cortes que los catalanes sean consultados. Sin embargo, no hay que minusvalorar lo acontecido –a mi entender un hito– ya que el soberanismo cuenta desde ayer con un núcleo de consenso de gran valor y que va a tener largo recorrido.
El pacto soberanista supone para el PP y Ciutadans un incómodo contratiempo, pues se encuentran ahora simbólicamente más aislados en su rechazo al referendo o consulta. Devienen un poco exóticos.
Pero muchos más problemas va a generar el acuerdo en el seno del PSC, partido que suma una dificultad más a los problemas que arrostra y que entorpecen su conexión con la sociedad. Aunque el PSC ha venido defendiendo, al menos retóricamente, que los catalanes deben poder expresarse si es de forma legal y acordada, la verdad, el hecho, es que su cúpula dirigente se ha desentendido del derecho a decidir para preservar su vinculación al PSOE y, también, por miedo a perder determinadas posiciones de poder municipal.
La formulación de la doble pregunta y que desde Catalunya se siga interpelando a Madrid para que negocie y pacte va a ensanchar inevitablemente las grietas en el PSC y, al mismo tiempo, va a hacer que sus electores se sientan más confusos todavía por la postura de la dirección. Si esta –que deseaba que la negociación entre los soberanistas fracasara– persiste en encuadrarse junto a PP y Ciutadans, van a ser incontables los ciudadanos que, sintiéndose socialistas y catalanistas, le den definitivamente la espalda.