Arrecian desde hace tiempo los ataques de los medios de comunicación de la ultraderecha españolista. Algunos personajes arremetían y arremeten contra ella. Pero fue la semana pasada cuando se desató el temor de que el Gobierno español, utilizando la fiscalía, enfilara contra la Assemblea Nacional Catalana.
Si hace una semana, el martes, el exdirector de La Vanguardia José Antich advertía sobre esta posibilidad en la radio, al día siguiente El País , nada menos que con la solemnidad que otorga un artículo editorial, se sumaba a la criminalización de la entidad que preside Carme Forcadell . Desde entonces la ofensiva se ha redoblado y ha llevado a Forcadell a confesar: «Temo que la ANC pueda ser ilegalizada».
La ANC es la plataforma que articula y lidera el movimiento popular a favor del derecho a decidir y fue el artífice del éxito de la cadena humana que cruzó el país de norte a sur el pasado Onze de Setembre. Algunos parecen haber entendido ya que la consulta no es una ocurrencia de Artur Mas , sino que es una reclamación que va de abajo a arriba. Por consiguiente, han puesto a la ANC en la diana. Asistimos a una grave escalada. Ya no se trata solamente de rechazar la consulta (algo que el Congreso volverá a hacer el día 8) sino, directamente, de prohibir una idea. Si hasta ahora y desde la transición los tres poderes del Estado, además del los medios de comunicación madrileños, habían venido repitiendo el mantra de que cualquier proyecto puede defenderse siempre que se haga pacíficamente, ahora, ante el clamor soberanista surge como un resorte la tentación antidemocrática.
Si finalmente el Estado actúa contra la ANC, como le reclama el nacionalismo español más duro, habrá cometido el tipo de error que, justamente, no puede permitirse. Valga como prueba la riada de catalanes que han corrido estos días a solicitar su ingreso en la ANC. Lo hemos escrito aquí recurriendo al símil de David y Goliat (que Mas también ha empleado): David -Catalunya no puede cometer errores y, además, para tener posibilidades de éxito debe saber esperar a que Goliat -España lo haga. Hace unos meses comentaba la situación con un miembro de un importante think tank de Madrid. Sobre el Estado posee ventaja y, si, como en una partida de ajedrez, mueve inteligentemente sus piezas, puede que evite la independencia de Catalunya. Pero (y eso es lo que teme mi interlocutor, buen conocedor del entramado madrileño) si el españolismo duro, la fuerte tensión del momento o el electoralismo llevan a Mariano Rajoy a cometer una equivocación grave, puede que la dinámica que se desate acabe tumbando a Goliat . Aunque nos lo repita a diario amenazador, el gigante no tiene la partida ganada de antemano.