Nos encontramos a las puertas del comienzo oficial de la campaña de las elecciones europeas. Y, como ocurre en este tipo de comicios más que en ningún otro, en ellos va a dilucidarse, además del reparto de escaños en Estrasburgo, un puñado de otros asuntos. Por ejemplo, en el caso de PP y PSOE, se trata en gran medida de someter a examen los liderazgos, esto es, el de Mariano Rajoy y el de Alfredo Pérez Rubalcaba. Especialmente en el segundo caso, la cita puede resultar determinante.
En Catalunya, las europeas van a estar naturalmente muy teñidas por el debate en torno al derecho a decidir y la consulta, un debate central en los últimos tiempos, y que ha catapultado a Esquerra hasta expectativas electorales antes inimaginables. Así, de cumplirse las predicciones –como las recientemente conocidas del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat– el partido de Macià y Companys podría alzarse por primera vez desde el restablecimiento de la democracia con una victoria electoral en Catalunya.
La frontal y reiterada negativa del Rajoy y el PP a entablar negociaciones con el president Artur Mas sobre la consulta no hace otra cosa que reforzar electoral y políticamente a Oriol Junqueras y su partido. El vigoroso crecimiento de ERC no se limita, como es sabido, a los comicios europeos. Los sondeos auguran que los republicanos se agigantan en todos los frentes, es decir, también en el nivel municipal, el autonómico y el general español. Recordemos que el año que viene se celebrarán comicios municipales y españoles, mientras que los catalanes están programados –aunque está por ver si el calendario se cumple– para el 2016.
Que ERC pueda, como parece, convertirse en el primer partido de Catalunya debería, al menos en teoría, inquietar sobremanera a Rajoy y el PP. Por consiguiente, cabría esperar que ello los empujara a realizar un franco e intenso esfuerzo de acercamiento a Mas y CiU con el objetivo de hallar una solución para la cuestión catalana. Sin embargo, no está claro que Rajoy y el PP se planteen el asunto en estos términos o, de planteárselo así, no hay que descartar que prefieran el cuanto peor, mejor.
Por su parte, los partidarios del derecho a decidir no deberían, pese al fracaso de la candidatura conjunta CiU-ERC, minusvalorar la importancia de las europeas. Una vez situada la reivindicación catalana en la agenda internacional, es obvio que Europa, sus centros de poder, sus opiniones públicas, van a estar muy atentos a lo que suceda. Por consiguiente, si el soberanismo quiere emitir un mensaje vigoroso y subrayar su vocación europeísta, debería movilizarse para lograr una participación lo más alta posible en Catalunya el día 25, una participación que fuera significativamente superior a la del resto del Estado.