Las aguas bajan movidas tanto en Convergència como en Unió Democràtica. Hace ya unas semanas este periódico avanzaba en primicia la salida de Josep Antoni Duran Lleida de la secretaría general de CiU. Pese a que se trata de un puesto más simbólico que con poder real, el movimiento del siempre calculador Duran ha levantado un sinfín de hipótesis. Todas tienen que ver, no podía ser de otra manera, con lo que ocurra el 9 de noviembre y fechas posteriores.
Hay quien dice que haciendo lo que hace el democristiano siempre gana ( win-win ). Si el proceso descarrila aparatosamente, Duran podrá decir que él ya había avisado y poner en marcha el movimiento centrista –democristiano– de amplio espectro al que ya se ha referido en alguna ocasión. Si las cosas salieran bien, pues él continuará con CiU, siendo el número dos de la federación. El problema de las cábalas hechas ante perspectivas tan inciertas como la de ahora es que suelen salir mal. Porque, por ejemplo, puede que el proceso descarrile, Duran lance un proyecto propio y que le acaben siguiendo cuatro gatos. O que el proceso no descarrile y le indiquen que, por ejemplo, no va a encabezar la candidatura de CiU en las próximas elecciones al Congreso ( lose-lose ).
Más recientemente hemos sabido que Oriol Pujol abandona definitivamente el Parlament y el puesto de secretario general Convergència. La imputación del hijo del president Pujol por el caso de las ITV llevó a una situación de provisionalidad que se ha alargado 16 meses y ha causado un ostensible malestar entre los responsables territoriales del partido, que reclamaban a gritos que se resolviera la situación. Más aún cuando el 9 de noviembre y, en especial, también las elecciones municipales, se hallan ya muy cerca. Al final, el problema resultaba tan patente que Oriol Pujol no ha tenido más remedio que salir de escena.
La verdad es que la medida llega tarde, muy tarde. La cuestión debería haber sido resuelta hace un año y mediante un congreso del partido. Además, ahora tampoco se va a cerrar el asunto definitivamente –más bien se aplaza y, por lo tanto, se mantienen vivas todo tipo de ambiciones y estrategias–, pues para ello es preceptivo un congreso que hay que dejar para más adelante. No tendría sentido convocarlo a las puertas de una etapa política de infarto.
Sea como fuere, es una lástima evidente que CDC no haya estado en mejor forma durante los últimos tiempos, pues la fuerza política fundada por Jordi Pujol, de haber podido ejercer mayor influencia, seguramente habría contribuido no sólo a dar un decidido impulso y coherencia al movimiento soberanista sino que hubiera equilibrado asimismo la excesiva influencia que ejercen y han ejercido determinados sectores del independentismo, más inclinados al pit i collons que al análisis sereno y afinado de las circunstancias.