Al fin: jefe de cocina. Tras toda una vida entre fogones, paellas y cacharros, Miquel Iceta se ha podido coronar con el gran cucurucho blanco. Ahora manda más que nadie en el PSC. La experiencia le sale, como quien dice, por las orejas. Empezó de lavaplatos y ha pasado por todos los puestos de la inmensa cocina que fue el PSC. Pero a lo largo de todos estos años, y de tantos sustos, dificultades y aventuras, además de acumular experiencia, Iceta ha podido conocer muy bien a todos sus compañeros, a todos los que han contado y cuentan en el PSC. Sabe de sus afanes y miserias, de sus capacidades y flaquezas. Ha visto sus almas. Miquel Iceta es, por consiguiente, lo que en catalán se llama un gat vell (por cierto, él es un amante de los cazarratones). Y eso, a mi entender, explica sus elecciones a la hora de formar su equipo de más estrechos colaboradores. Observemos algunos de los hombres y mujeres escogidos: Àngel Ros, Núria Parlon, Antoni Fogué, Assumpta Escarp, Esther Niubó… Adivino tres criterios. El primero, la capacidad. Son personas a las que conoce bien y considera de solvencia probada. No está para probaturas ni experimentos. Menos cuando el partido se halla a punto de despeñarse sin remedio. Segundo criterio: no importa que haya diferencias ideológicas entre algunos componentes del equipo. Hay que sumar, cueste lo que cueste. El PSC no puede permitirse más querellas, fracturas ni defecciones. Y tercer criterio: no va a premiar a aquellos que le ningunearon en el pasado. O sea: a aquellos que, por ejemplo, primero le descartaron a favor de Pere Navarro y luego intentaron encumbrar a Núria Parlon. Quiere gente a la que no tenga que andar vigilando, de la que pueda fiarse. El gato, amén de muchas vidas, tiene memoria.