El ratón dentro del laberinto está cada vez más inquieto. Hace mucho que está ahí y no se encuentra a gusto. No es feliz. Lo invade la sensación de que esa nunca será su casa. Pasa el tiempo y, finalmente, decide ponerse a buscar la salida. No será sencillo, porque el laberinto lo urdió un gato con mal carácter pero gato viejo, con mucha experiencia.
El ratón empieza a moverse, primero a tientas, progresivamente con más y más determinación. Quiere dejar el laberinto. Pero resulta complicado. El gato no solo ha ideado el laberinto, sino que también es el propietario. El gato puede mover las paredes y desvilar los pasillos a su conveniencia. El ratón rebelde no encontrará nunca la puerta de salida. De hecho, nunca la ha habido. El laberinto es una gran jaula. Una ratonera de la que es imposible escapar.
El ratón lo intenta y lo vuelve a intentar. No hay manera. Se da cuenta finalmente de lo que el gato ya sabe: no puede salir. El ratón, entonces, puede hacer dos cosas. Puede seguir intentándolo, y quizá el laberinto acabe enloqueciéndolo, o, asqueado, puede abandonar y someterse a la voluntad del gato que, vengativo, probablemente le hará pagar muy caro su anhelo de libertad. O intentar romper las normas del laberinto y, por ejemplo, roer las paredes con su afilados dientes hasta que pueda, de una vez, salir al exterior.
Catalunya ha intentado llegar a su objetivo –el derecho a decidir, la consulta– por todos los caminos. Pero eso solo ha servido para que cada vez las instituciones españolas, su gobierno en primer lugar, le cerrasen el paso: Estatut, nuva financiación, petición a las Cortes para poder votar, ley de consultas… El ratón, Catalunya, no tendrá ninguna oportunidad con las reglas de juego del gato. Las instituciones españolas han decidido impedir como sea que los catalanes voten. Y esto, que hoy es claro, abocará finalmente a las instituciones y a la sociedad catalana a tener que tomar una decisión muy difícil, que no es otra que si rompen la norma, si se saltan la legalidad española, o no lo hacen.
¿Se producirá esta ruptura? Si se produce, es posible que primero veamos convocar unas elecciones autonómicas transmutadas en plebiscito. A través de su voto, los catalanes podrían entonces otorgar a sus representantes el mandato democrático de hacerlo, de violentar la legalidad española. De poner la directa.
Decidir qué hacer –¿renunciar? ¿no renunciar?– una vez que se ha constatado el callejón si salida, que el camino se ha acabado, que el gato te tiene acorralado y no te ofrece alternativa, no será fácil. Ni para los políticos ni para los ciudadanos. Para nadie. Hará falta coraje e inteligencia, y, por supuesto, la imprescindible, absolutamente vital se vaya hacia donde se vaya, unidad.