El Govern y las fuerzas que impulsan el derecho a decidir van a continuar de momento con las ruedas puestas en los raíles de la consulta. La táctica de aferrarse al 9-N pese a todo tiene unas cuantas ventajas, entre ellas aplazar lo que podríamos bautizar como el momento de la verdad , pero presenta un inconveniente elemental: tiene los días contados.
Mientras tanto, Artur Mas ha firmado el decreto de nombramiento de la comisión de control de la consulta, ha mandado informar a los catalanes de lo que sucede –la impugnación por parte del Ejecutivo del PP– y, sobre todo, recibió el sábado la adhesión al 9-N de –atención– 920 de los 947 municipios catalanes. Una iniciativa que, en muchos casos, contó con el franco apoyo de los concejales del PSC. La del sábado fue, además de una nueva demostración de fuerza, una jornada llena de solemnidad, de dimensión histórica y de inevitable sentimiento patriótico, que se desbordó cuando muchos alcaldes corearon la independencia con sus varas al aire.
En el otro bando, es decir, en el Gobierno de Mariano Rajoy y sus diferentes entornos, la posición sigue siendo la misma de siempre. Nada que negociar. Imponer la ley. Mano dura. Me comentaba un empresario catalán que frecuenta tales ambientes madrileños que la principal idea de la derecha españolista podría condensarse en una frase: « Los vamos a crujir [a los políticos catalanes]».
Bien, así las cosas, y con un líder del PSOE que encadena ocurrencias y desatinos, y con quien parece que no se puede contar para gran cosa, las fuerzas soberanistas –y también, por su parte, el PSC– deberán ver qué hacen cuando la vía del 9-N se acabe.
Habrá que optar. Existen tres opciones, todas ellas con posibles variaciones o matices. La primera, convocar elecciones con carácter plebiscitario para obtener de la ciudadanía un mandato democrático claro. CiU y ERC deberían formar una lista única que encabezarían Mas y a continuación Oriol Junqueras , e incorporaría un buen puñado de figuras de la sociedad catalana. Ello requiere que Esquerra –hoy con una nítida ventaja en los sondeos– sacrifique sus ambiciones a corto plazo y acepte formar la candidatura con CiU. La ANC y Òmnium Cultural ven bien este movimiento, que supondría mantener la unidad.
La segunda: anticipo sin lista CiU-ERC. Es una mala salida, pues se rompe la unidad. Además, CiU no quiere ni dar carta de naturaleza a tal desencuentro ni provocar unas elecciones en que se le anuncia una severa derrota. La otra opción pasa por no convocarlas. Mas podría continuar gobernando sin, en principio, problemas insalvables en cuanto a apoyos parlamentarios. Rajoy debe someterse a las urnas en el 2015, con lo que en el 2016, cuando lleguen los comicios catalanes, el panorama puede haberse transformado y tal vez ofrezca nuevos escenarios.