El pasado lunes titulé mi artículo en estas páginas Mas toma la iniciativa. Era arriesgado, sino temerario, lanzar una afirmación de este tipo, pues la situación política catalana adolece de tal volatilidad que todo cambia por momentos. Así fue. El mismo lunes empezaron a complicarse las cosas. Se multiplicó la presión sobre Mas para que adelante las elecciones, propiciada por la presidenta de la ANC, Carme Forcadell, al exigirle –a mi entender extralimitándose– que las convocara en tres meses.
Parecía que las cosas se torcían para el líder de CiU y, a la vez, para el titular de mi artículo. La posibilidad de que el 9-N fracasara se tornó absolutamente auténtica, real. El marco mental avanzar las elecciones se imponía claramente al marco unidad. El Gobierno español estaba relajado. Rajoy, como quien dice, se fumaba un puro. Confiaba en que Mas se iba a estrellar con su consulta reformulada y en que, como ha deseado Joaquín Leguina, todo acabaría en un espectáculo de «antropofagia».
Estuvimos cerca de la catástrofe, y el peligro aún no se ha conjurado, pero hoy parece que las fuerzas soberanistas han recuperado el buen sentido. El 9-N sigue adelante y casi todos han entendido que no han de permitir que fracase. Por su parte, Rajoy vuelve ha estar nervioso y escruta por si encuentra algo que pueda impugnarse. Yo, que creía que el PP había entendido por fin de qué va lo que está sucediendo en Catalunya, constato que todavía no por completo, puesto que es obvio que una nueva intervención de Madrid sería un precioso regalo para el soberanismo.
El reciente cambio de actitud de Rajoy sobre la nueva consulta es la mejor prueba de que el 9-N puede convertirse en un nuevo éxito independentista, como lo han sido los últimos tres Onze de Setembre. Si es así, si el 9-N sale bien, la posición de Mas se habrá visto reforzada.
A partir de ahí pueden suceder tres cosas. La primera, y deseada por el president, consiste en elecciones anticipadas con una candidatura acordada por CDC y ERC. La segunda, elecciones sin lista conjunta, pero con la meta de la independencia compartida por varios partidos. La tercera pasaría por no convocar hasta cuando toca, en el 2016. Es lo que prefiere Duran, que en las dos opciones anteriores queda fuera de juego.
El primer y principal objetivo de unas elecciones anticipadas debe ser que los votos independentistas superen a los contrarios a la independencia. Si ese es el objetivo de CiU y ERC, deberían elaborar una lista unitaria, como reclama gran parte del soberanismo de base. Si Esquerra sigue rechazando la coalición electoral, Mas podría decidir avanzar las urnas igualmente, pero de ningún modo renunciar a sus posibilidades de victoria, lo que comportaría una guerra entre el president y Junqueras desastrosa para la causa catalana.