El combate por la dignidad

No es fácil diseccionar el proceso que nos ha llevado hasta aquí en las relaciones entre Catalunya y España, si es que uno pretende evitar los tópicos, los lugares comunes y las explicaciones mecanicistas. Podríamos empezar en la sentencia del Tribunal Constitucional (TC), pero afirmar que todo empieza entonces es, según mi criterio, simplificar en exceso.
Creo que lo primero a entender es que, tras el fracaso del franquismo en exterminar la lengua, la cultura y la identidad catalana, los ciudadanos fueron tomando cada vez mayor conciencia de su condición de pueblo, de nación. Esta corriente de fondo acabó siendo catalizada recientemente por un cúmulo de acontecimientos.
Pero que nadie se equivoque. Lo que nos ha llevado hasta aquí no son tanto elementos aislados e identificables –los ataques al catalán, la invasión competencial, el lesivo déficit fiscal, el rechazo a reconocer a Catalunya como nación, el fracaso estatutario, etcétera–, sino lo que subyace en todo ello, esto es, la falta de respeto, la nula empatía, exhibida por los diferentes gobiernos españoles, en especial los del Partido Popular.
En este sentido, la Transición no funcionó, pues no dio lugar a un cambio de mentalidad general. No cambió la percepción por parte de España de la diversidad, que sigue sintiéndose como una anomalía, molestia o una deformación a corregir.
El hundimiento
Por consiguiente, si tuviera que identificar una sola causa de lo que está ocurriendo diría que en el fondo lo que hay es una cuestión de dignidad, de autoestima. La decisión de no permitir nuevas ofensas y humillaciones. No se puede negar, además, que el hundimiento económico e institucional de España ha fortalecido el movimiento popular soberanista.
Muchos catalanes, una amplísima mayoría, quieren poder votar sobre el futuro de Catalunya. Y una parte importante de estos quieren votar para separarse de España. Es una parte de la población que ha desconectado mental y sentimentalmente, y ha llegado a la conclusión de que la meta del catalanismo tradicional es inviable, ya que, entienden, Catalunya jamás podrá cambiar España con el fin de acomodarse razonablemente en ella.
No hay otro remedio que irse. O, como mínimo, conseguir que el pueblo catalán sea reconocido como sujeto político para de esta forma poder hablar y negociar de tú a tú, en igualdad de condiciones. No desde una posición de subordinación.
Hemos llegado también hasta aquí, naturalmente, por la incapacidad del PP –y también del PSOE– a la hora de afrontar lo que tienen ante sí. Y lo que tiene ante sí es un problema absolutamente político, que al norte limita con la esencia de la democracia y al sur con la identidad personal y colectiva y la soberanía.
Confiando en la fuerza bruta que proporciona el control de los aparatos del Estado –incluido el Tribunal Constitucional– y empujado por el pool mediático madrileño, Mariano Rajoy se ha refugiado en el no a todo –se niega siquiera a hablar de financiación– al tiempo que blande amenazadoramente la ley. Por supuesto esta actitud no ha hace más que reafirmar los anhelos de autoderminación e independencia en Catalunya.

PERIODISTA, PROFESOR DE BLANQUERNA-URL

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