«Nos tomamos muy en serio los sueños», proclamaba el sábado en Madrid Pablo Iglesias. «Ellos al cambio lo llaman experimento, nosotros democracia», «nuestra patria no se vende», «nunca más un país sin su gente». Con frecuencia algunas cosas de las que dicen Iglesias y sus compañeros las podemos imaginar sin mucho esfuerzo en boca de Carme Forcadell, Muriel Casals, Oriol Junqueras o, incluso, el ‘president’ Artur Mas.
En gran parte, los adversarios de Podemos y del movimiento soberanista catalán son los mismos, llámense ‘establishment’ o ‘casta’. Son, resumiendo, el PP, el PSOE y lo que antes eran llamados «poderes fácticos»: la gran banca, la gran empresa, los aparatos del Estado y buena parte de los medios de comunicación. Podemos y el soberanismo encarnan dos vectores muy distintos entre sí, pero ambos amenazadores (¿subversivos?) para los que hoy mandan de verdad en España (algunos de ellos catalanes). Ambos quieren un Estado diferente, que funcione. El primero es una nueva plataforma política; el otro, un movimiento popular que en los últimos años ha cobrado una fuerza insospechada y que cuenta con un brazo político -los partidos favorables al derecho a decidir y, sobre todo, a la independencia-.
Podemos quiso abrir el muy intenso ciclo político actual con una demostración de fuerza -la Marcha del Cambio-, estrategia en la que el soberanismo se ha especializado, con tres Onze de Setembre que han dado la vuelta al mundo y un 9-N en el que participaron más de 2,3 millones de catalanes. Los dos, Podemos y el independentismo, suponen una amenaza para el statu quo, el cual, a diferencia de lo ocurrido en otras latitudes, no experimentó ruptura alguna con la democracia.
La transición permitió a los que colaboraban con el franquismo seguir mandando, aunque, eso sí, permitiendo que nuevos actores se subieran al carro. Una transición que, a juicio del nuevo independentismo, España ha traicionado gravemente en relación a Catalunya. Una transición contra la que, por su parte, Podemos se rebela. Así, ataca al «régimen» alumbrado entonces y llama a romper «el candado del 78».
La respuesta del PP a Podemos se está pareciendo mucho a la que se viene dando al soberanismo. Inmovilismo, ataques y descalificaciones. Y uso inmoral de los instrumentos y recursos públicos para intentar demostrar que los de Podemos y los soberanistas son tan malos. Caen en los mismos pecados o peores, como aquellos a los que censuran.
Por ello, no es raro que en Catalunya existan áreas de intersección entre Podemos y el soberanismo. Hay sectores próximos a ambos proyectos «radicales», lo que puede hacer que el segundo se resienta en las urnas del crecimiento del primero.