La CUP repitió una y otra vez en la campaña del 27-S que el objetivo era avanzar hacia la independencia. En la cita electoral, obtuvo 10 diputados, mientras que Junts pel Sí conseguía 62. Artur Mas fue el presidenciable al que apoyaron más catalanes (casi el 40 % de los votantes) -muy lejos de la segunda, Inés Arrimadas (18%)-, mientras la CUP, con Antonio Baños, sumaba el 8,2%. La CUP rechaza comprometerse en la gobernación de Catalunya, elude arrimar el hombro en el momento más difícil. Pretende observar los acontecimientos como el jubilado que contempla las obras de la esquina.
Los datos de arriba -que describen también la relación de fuerzas entre la CUP y Junts pel Sí- y la lógica elemental llevarían a pensar que habrá acuerdo y que Catalunya tendrá gobierno. Bien, pues la cosa pinta mal, horrorosamente mal, a decir de algunos de los implicados. ¿Por qué? Pues porque resulta que la CUP lo quiere todo. No solo pretende que Convergència asuma su programa (que se ubica a la izquierda de la izquierda) sino también que CDC entregue la cabeza de Artur Mas en una reluciente bandeja de plata.
Claro que las chocantes pretensiones de la CUP no son atribuibles en exclusiva a las peculiaridades de dicha fuerza. También resulta que CDC está mostrando una debilidad de carácter que tanto en el póquer como en la política es necesariamente mortal. Una debilidad que, por ejemplo, se puso perfectamente de relieve el otro día con la apresurada presentación en el Parlament de la moción anunciadora de la independencia, acto que no ha hecho más que envalentonar a Rajoy y Rivera de cara a los comicios del 20-D.
Por todo ello, sería bueno que Artur Mas y los suyos se detuvieran un instante a reflexionar y recordaran cosas fundamentales. Ningún partido del mundo sacrificaría a su líder ni traicionaría gravemente su identidad aunque las circunstancias fueran tan complejas como las que afronta Convergència.
Por varios motivos. El primero de ellos, y nada risible, por sentido de la dignidad. El segundo, por respeto a aquellos que han seguido a Mas y a CDC hasta aquí y hasta ahora, gente que ha aguantado -y aguanta- de todo porque confían en su líder y creen en unas ideas y unos valores. Y el tercero, porque ceder en exceso haría que muchos electores convergentes diesen la espalda al partido -y probablemente al proceso independentista- al sentirse, legítimamente, engañados.
En resumen. Sin Mas no puede haber pacto entre JxSí y la CUP. Pero CDC -ERC prácticamente se ha borrado de esta partida- no puede pagar cualquier precio, lo que sea, para investir a Mas. Si lo acaba haciendo, el desastre para la que es aún la fuerza política mayoritaria y central de Catalunya será apoteósico.