Notable acierto del foro Primera Plan@ de El PERIÓDICO, que contó el viernes, primer día de campaña, con Pedro Sánchez, el aspirante a la Moncloa por el PSOE. Fui para observarle de cerca. Y confirmé algunas cosas sobre el candidato. Recita bien y veloz la lección y se sabe hasta las comas del programa. No se sale del campo trillado y huye del fuera de juego. Como no suelta el guión ni improvisa, no sabemos muy bien si, por ejemplo, ha leído poco o mucho o tiene ideas propias y originales.
Presenta un relieve tan suave, solo adornado por algunas lomas, que seguro que no suscita graves manías u odios entre la gente. Pero tampoco adhesiones incondicionales o entusiasmos. Josep Pla diría, situándose entre el halago y la socarronería, que el dirigente socialista (no me atrevo a escribir ‘líder’) es alguien “muy correcto”. No sabría determinar, por mi parte, si es un hombre atractivo, pero es sí joven, alto y bien parecido, algo que, dados los tiempos que corren, seguramente le ayuda.
En cuanto a su discurso, todo, ya digo, muy previsible. Clásico. Sin tomar riesgos. Menos que en ninguna otra en la cuestión catalana. La estrategia socialista diseñada para Catalunya es muy conservadora, y su mensaje, de un catalanismo tan pasteurizado, tan ‘light’, tan delgado que roza lo translúcido.
¿Cómo aborda el PSOE la cuestión catalana? Pues, como Mariano Rajoy y Albert Rivera, Sánchez obvia intencionadamente a la sociedad catalana, a los ciudadanos. Unos ciudadanos que muy mayoritariamente quieren poder pronunciarse sobre el futuro de Catalunya y la mitad de los cuales está por la independencia. Los catalanes, su voluntad, sus manifestaciones, sus voces, sus votos incluso, son borrados, eliminados de la ecuación. Es mucho más cómodo reducirlo todo a las andanzas de un tipo –Artur Mas– que ha perdido el oremus y desafía imperdonablemente la ley.
Pedro Sánchez, como hacía José María Aznar en los 90, pronunció unas frases de saludo en catalán para luego proclamar que su partido es la garantía de “una España unida y en convivencia”. Se negó a admitir que Catalunya es una nación porque, según él, ese término divide. Por supuesto, rechazó también un referéndum sobre la independencia y no se comprometió a paliar el injusto y asfixiante déficit fiscal catalán (el PSOE es hoy, en gran medida, el ‘Partido Nacionalista Andaluz’).
Se limitó a ofrecer la consabida reforma constitucional federalizante, algo para lo que requiere el acuerdo de los principales partidos –el PP y Ciudadanos en primer lugar– y el apoyo mayoritario de la sociedad española. ¿Es imaginable un consenso español de ese tipo que pueda satisfacer a los catalanes? No. ¿Quizás en un futuro, aunque sea muy, muy lejano? No lo sé: el futuro es infinito. Un federalista de los que se lo creen, que los hay, suele replicarme, tirando del proverbial optimismo que les caracteriza, que tan imposible es eso como la independencia.