Si fracasa la investidura de Pedro Sánchez, como todo parece indicar al escribir estas líneas, la foto del pacto entre él y Albert Rivera y el texto que la justificase convertirán, en el peor de los casos, en una broma destinada a amarillear en las hemerotecas y, en el mejor (para ellos), en la semilla de un acuerdo amplio y suficiente.
Sánchez decidió aliarse con Ciudadanos y renunciar, por ahora al menos, a un pacto de izquierdas, aunque este último ofrecía más recorrido. No se atrevió a desobedecer ni a la andaluza Susana Díaz ni a muchos de los barones del PSOE. Tampoco quiso contrariar al mundo del dinero. Además, Pedro posiblemente no se fía de Pablo, y hay que reconocer que motivos no faltan.
Todo volverá a empezar si el 5 de marzo Sánchez no se convierte en presidente. Rajoy deberá abandonar el quietismo y pelear por su investidura. Vendrán dos meses, una eternidad en política, en los que puede suceder cualquier cosa. Es imposible adivinar el desenlace. Tal vez al final haya que convocar nuevas elecciones, algo que, sin embargo, cada vez menos gente desea.
Resulta evidente que la foto entre Sánchez y Rivera implica un riesgo y arrostra unos costes. Especialmente para los socialistas, y muy en particular para los socialistas catalanes, que, a través de Miquel Iceta, lo han avalado públicamente.
No es sólo que el texto del pacto ignore Catalunya (se acuerda para vetar la posibilidad de un referéndum). Es que, si bien Rivera y Ciudadanos pueden presentarse fuera como un partido nuevo, reformista y de centro-derecha, eso no es posible en Catalunya. En Catalunya todo el mundo sabe quién es Rivera y qué es Ciudadanos. “En Catalunya tenemos una percepción de Ciudadanos distinta, muy ligada a sus orígenes, los de una fuerza claramente antinacionalista e incluso anticatalanista”, admitía Iceta en declaraciones a EL PERIÓDICO. En efecto, Ciudadanos nació para combatir la lengua catalana, primeramente en las escuelas, y luego donde hiciera falta, aún al precio de romper la cohesión social.
Miquel Iceta decidió en su momento entregar el PSC al PSOE de Pedro Sánchez (tratando tal vez de zafarse de las garras de Susana Díaz) y –grave error- cambiar su posición para pasar a rechazar un referéndum legal y acordado sobre la independencia. A partir de ahora, tras aplaudir la alianza con Ciudadanos, Iceta difícilmente podrá hablar del catalanismo del PSC y sobre el terreno los socialistas tendrán aún más dificultades para frenar a Ciudadanos en aquellas ciudades donde el PSC todavía tiene poder o juega algún papel. Algunos alcaldes deben estar furiosos.
Aparentemente, el PSC ha dejado de pensar en Catalunya e incluso en sí mismo para asumir con una sonrisa convertirse en una modesta y sumisa delegación comercial, una más, de las que tiene el PSOE repartidas por España.Triste.