Nos hallamos ya en el segundo asalto, de dos meses. Y no hay que descartar que llegue el tercero y último: una nueva contienda electoral en España. El primer asalto ha sido en algunos momentos muy duro. Ha habido golpes bajos e incluso a traición, y eso nunca sale gratis, siempre tiene un precio. Incluso en política. Si bien ahora todo pueda parecer más complicado, nada es imposible. Dos meses son un mundo en política.
En primer lugar, hay que reconocer que Pedro Sánchez hizo lo que debía. Lo intentó. Lo sigue intentando. A su vez, Rajoy no puede seguir a la espera. Tiene que arremangarse y luchar. Forcejear al menos.
Sánchez no se arriesgó lo suficiente para resolver la enmarañada situación. Lo digo por su apuesta por Ciudadanos y por descartar los acuerdos hacia la izquierda. El secretario general del PSOE optó por no enfrentarse a sus barones –en especial a Susana Díaz – ni al mundo del dinero y los intereses creados, cada vez más nervioso. Quiso fijar la idea el secretario general del PSOE de que es imposible sumar sin mezclar derecha e izquierda (ese frame le permite presionar a Podemos y que C’s, por su parte, presione al PP). Sin embargo, cuando decía izquierda y decía derecha, no se refería a toda la izquierda ni a toda la derecha. Orillaba a los independentistas catalanes en su conjunto. Por tanto, decir que no hay suma posible y que «tenemos que mezclarnos» –repito, menos con los grupos catalanes– es una elipsis.
¿Y qué se elide? Pues lo que está a la vez muy presente y muy ausente en el debate de estos días: el referéndum sobre la independencia y, unido a él, los 17 diputados de las fuerzas independentistas, cuyo voto fue despreciado de entrada.
Si Sánchez quisiera y pudiera aceptar el referéndum, claro que estaría en disposición de gobernar. ¿Es el referéndum «materialmente» imposible? No. Al fin y al cabo el conservador David Cameron –que, por cierto, sigue en el 10 de Downing Street– lo admitió para Escocia en el 2014. Pero, por desgracia, ni España es el Reino Unido ni la madurez democrática es comparable.
Imaginemos por un momento que Sánchez estuviera dispuesto a hacer como Cameron , que ya es imaginar. Se desataría el frenesí y lo devorarían. Empezando por su partido y siguiendo por el PP, la mayor parte de la sociedad española –a la que se le viene administrando catalanofobia en fuertes dosis–, los grandes medios de comunicación producidos en Madrid, los banqueros y empresarios de la tribuna del Bernabéu, y los aparatos del Estado de todo pelaje.
Por eso Sánchez no activó (el verbo lo usó Francesc Homs ) la mayoría posible. Sucede con todos los tabús: lo prohibido se aferra tan poderosamente a la mente del sujeto o del grupo que los paraliza. El tabú deviene hasta impronunciable.