Presidía la delegada del gobierno español en Madrid, Concepción Dancausa (rama ‘dura’ del PP y contraria, por ejemplo, a cambiar el nombre de algunas calles de Madrid que honoran a conocidos franquistas). Se reunieron con ella los representantes de la Casa Real, la Presidencia del
Gobierno español, la Policía Nacional y Municipal, el SAMUR, la Federación Española de Futbol, el Sevilla y el Barça. A la salida, Dancausa anunció que quedaban prohibidas las ‘estelades’ en el Calderón. No ser ruborizó, pese a haber autorizado ella misma una manifestación de ultras en Madrid para el mismo fin de semana.
Para censurar las ‘estelades’ se distorsionó el artículo 66 de la ley del deporte, que prohíbe “símbolos violentos o racistas, armas y material pirotécnico” en los espectáculos deportivos. Que la libertad de expresión sea el tuétano de la democracia y un derecho fundamental expresamente protegido por la Constitución –que el PP suele blandir como si fuera el santo grial- debe parecerle al Gobierno español un detalle soslayable.
A partir de aquí, unos cuantos no pudieron evitar delatarse: los ministros Margallo y Catalá, los portavoces Hernando y Sáenz de Santamaría y –como pasaba por allí- el autodenominado liberal Albert Rivera, entre otros. Rajoy intentó grotescamente ponerse de perfil.
¿Cómo es posible que la derecha españolista cometa errores semejantes? ¿Que se dispare una y otra vez a los pies, dando más y más razones al independentismo?
Una posible explicación es que hay elecciones a la vuelta de la esquina y la catalanofobia, como en su día la judeofobia, da votos.
La segunda, que a mi me parece la buena en este caso, es que les puede lo estomacal, la bilis, algo que, sumado a una cultura democrática de pincelada, superficial, produce sandeces de gran calibre. Y todo ello aun a sabiendas –no son estúpidos- de que están fabricando independentistas, amén de protagonizar ridículos memorables.
Algunos en el PP catalán –Albiol, Alberto Fernández- demostraron buenos reflejos, aunque sospecho –lo siento- que se desmarcaron más porque la prohibición no les convenía que por un corajudo apego a la libertad de expresión.
Si todo fuera un hecho aislado, podría alegarse que el Gobierno español y el PP tuvieron un mal día. Pero es que durante la semana pasada, que no fue especial, asistimos también –y no soy exhaustivo- al berenjenal montado por la visita de Otegi a Catalunya, al reconocimiento por parte del embajador español en Suecia de sus intentos de boicot al viaje del ‘conseller’ Romeva y a la decisión del Supremo de investigar (imputar) a Francesc Homs por el 9-N.
Quisiera terminar con una última reflexión, condensada en esta sugestiva cita de Adlai E. Stevenson Jr.: “Mi definición de sociedad libre es una sociedad donde ser impopular sea seguro”.