España y la ‘tercera vía’

Lo que ha venido en llamarse la tercera vía para Catalunya no ha sido hasta ahora más que una sombra, un fantasma político agitado por los que se oponen a la independencia. Lo sigue siendo, aunque cabe reconocer algún esfuerzo encomiable en ese sentido, como el reciente manifiesto de personalidades próximas al PSOE (y al PSC). El texto, suscrito entre otros por Javier Solana, Pascual Sala, Daniel Innerarity y Victòria Camps, conecta con el esfuerzo anterior a la guerra civil de un sector de de la izquierda española por comprender la cuestión catalana.

La tercera vía no ha empezado a ser creíble para los catalanes hasta la irrupción de Podemos como actor político clave. Que casi nadie en Catalunya le daba crédito lo demuestra la desaparición de Unió Democrática y el desmoronamiento del PSC, que se enmendó a sí mismo para acabar alineado –un grave error de Miquel Iceta – con el PP y Ciudadanos.

Creo que Pedro Sánchez se ha dado cuenta de que algo hay que hacer y por eso ha empezado a referirse a la singularidad catalana, aunque mantiene la ficción de una reforma constitucional hoy imposible no solo por el PP, sino también por la oposición de gran parte del PSOE. Y, más importante todavía, por una opinión pública española sometida durante lustros a una lluvia ácida de catalanofobia.

Entre los «retos urgentes» que subrayan las referidas personalidades de la órbita socialista, se encuentra el siguiente: «Renovar la relación entre Catalunya y una España constituida como unión política plurinacional entre pueblos que definen libremente un proyecto común, integrado hoy en la UE». Estas líneas, en su ambigüedad, parecen querer indicar al PSOE la dirección a seguir, que le debería acercar a los de Pablo Iglesias.

La tercera vía impulsada desde la perspectiva española ha arrastrado tradicionalmente un problema de origen que, además, es muy difícil de solventar: responde a la necesidad de encontrar una solución a un problema, de apagar un incendio. Se echa mano de ella de forma reactiva y coyuntural, esto es, porque no hay más remedio o porque es el mal menor. No hay convicción, lo que produce justificadas prevenciones en Catalunya, a la vez que complica su puesta en práctica.

Tal vez algún día, aunque no existe ninguna garantía de ello, España en su conjunto se planteará la que es una de sus grandes asignaturas pendientes: reconocer su pluralidad nacional, sentirse orgullosa de ella y convertirla en un poderoso activo. El independentismo catalán es una consecuencia o un síntoma de esa incapacidad. Muchos independentistas lo son porque han llegado a la conclusión de que España nunca la superará o porque simplemente se han hartado de esperar.

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