La baronesa andaluza del PSOE, Susana Díaz, ha utilizado de nuevo en esta campaña del 26-J el anticatalanismo como arma electoral. Ha vuelto a la ofensa. Es preocupante porque aspira, y no lo disimula, a hacerse con los mandos del PSOE. La señora, que suele lanzar vibrantes alegatos a favor de la unidad, no vacila a la hora de agraviar a los catalanes con el fin de obtener beneficios partidistas. En esto, muchos del PSOE y del PP se parecen como gotas de agua. Recuerden, si no, las cuñas radiofónicas del popular Javier Arenas en el 2006.
El comportamiento demagógico e irresponsable de Díaz nos interroga sobre una cuestión profunda: lo extendido y aferrado que se halla el sentimiento anticatalán en la cultura política española. Hablar mal de Catalunya es un resorte seguro para obtener el aplauso y la aprobación. Y es percibido como normal. Tan normal que son muy escasas, cuando las hay, las voces españolas que salen en defensa de los catalanes ante este tipo de manifestaciones.
Me dirán que el anticatalanismo es muy antiguo en España, ancestral, y es cierto. ¿Hubo algún momento en que las cosas hubieran podido cambiar? No es seguro, pero quizás existió una posibilidad durante la transición a la democracia. La Transición fue una especie de injusto empate entre demócratas y franquistas que sirvió, y no es poco, para salir del paso. España pudo haber hecho entonces un esfuerzo por acoger y otorgar valor a la diversidad nacional. Pero no lo hizo. Luego vino la regresión, hasta hoy.
Tanto es así que, ante la voluntad de autodeterminación catalana, la respuesta española ha consistido básicamente en la falta de respeto, la agresividad y los tribunales. Ninguna propuesta –salvo el poco o nada creíble referéndum de Podemos–. Ningún intento de enmienda, reconciliación o muestra de fraternidad.
El socialismo andaluz, por su parte, ha incorporado a su identidad un andalucismo alejado de la tradicional denuncia de las élites regionales y la desigualdad social. Por el contrario, el socialismo andaluz y extremeño alzan los estandartes del anticatalanismo y la cerrada defensa de sus economías autonómicas subvencionadas –gracias en buena parte a Catalunya–, a lo que hay que sumar la buscada confusión entre lo español y lo meridional.
El ejemplo de hoy son los ataques de Susana Díaz, que bebe a tragos de una larga y ominosa tradición, de la cual uno de los exponentes más funestos de la historia reciente es el socialista extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Hace justo un cuarto de siglo, en 1991, el entonces presidente autonómico soltaba: “Como siempre, si hay ricos es porque hay pobres. Y algunas regiones del Estado español no son más ricas que nosotros porque les haya tocado la Bonoloto, sino sencillamente porque han usado, abusado y expoliado los recursos que regiones como la extremeña tenían”.