A Felipe VI debió quedársele cara de pasmo el jueves, igual que a los que oímos las palabras de Rajoy ante la prensa. Resulta que el presidente del Gobierno español en funciones ha vuelto a innovar. Si la primera vez, tras las elecciones de diciembre, declinó, pese a haberlas ganado, someterse a la investidura, esta vez ha ejecutado una maniobra igualmente inédita -e inaudita- pero más aviesa y sofisticada.
Le dijo al Rey, y a continuación a todo el mundo, que, vale, que va a ponerse a negociar, y que ya le informará de cómo le ha ido. Si cuenta con los apoyos suficientes para ser elegido presidente, pues comparecerá ante el Congreso. ¿Y si no los tiene? Pues igual vuelve a pasar del tema. A Felipe VI, además de sorprenderle, le debió poner de bastante mal humor este segundo escamoteo de Rajoy, que viene a enredar un poco más lo que ya está muy enredado.
En el fondo del movimiento habita el convencimiento de Rajoy y del PP de que, si hay terceras elecciones, se reproducirá la dinámica de las segundas, o sea que los populares se reforzarán de nuevo frente a sus competidores.
La otra vez, cuando rechazó someterse a la investidura, a Rajoy las cosas le salieron bien. Sánchez se estrelló, se repitieron las elecciones y el PP agrandó su victoria. Ahora, con su “ya veremos”, Rajoy impide a Pedro Sánchez tomar la iniciativa. Dicen que esta es la verdadera intención del líder del PP. Ni comer (por ahora) ni dejar comer. La treta de Rajoy, quien recurre siempre a la administración del tiempo y a la tortura de los nervios del adversario, es poco elegante, incluso tramposa. Aunque puede acabar dándole resultado, quién sabe.
No obstante, hay que considerar un par de elementos. En primer lugar, que es muy dudoso que el enfoque de Rajoy, consistente en dejarse abierta la puerta a eludir la investidura, sea constitucional. No hay más que leer el artículo 99.2 de la Constitución Española para darse cuenta de ello. En segundo lugar, bien puede suceder que los demás partidos, Ciudadano y PSOE en especial, acepten el envite. Esto es, acepten jugar al juego y opten por no variar sus posiciones hasta que Rajoy aclare si va o no va a someterse a la investidura. Si el presidente en funciones se atreviera a renunciar nuevamente a ella -extremo difícil de imaginar, pero posible- el escándalo (amén del enojo de Felipe VI, imagino) sería colosal y plenamente justificado.
Una alternativa a un gobierno del PP o en torno al PP es difícil. El único que podría articularla es Pedro Sánchez. Éste no debe pasarse las próximas semanas haciendo la estatua -exactamente como si deseara que Rajoy vuelva a gobernar-, sino que tiene que aprovechar el tiempo para hablar en serio -y más en privado que en público- con Podemos, y luego buscar otros apoyos o abstenciones (también entre los independentistas catalanes).
Que el PSOE, su partido, resulta una incomodísima carga es cierto. Pero eso no vale de escusa para rendirse sin luchar. Para quedarse pasmado. Incluso peor que la inelegancia de Rajoy resultaría, me parece a mi, la inoperancia de Sánchez.