Se arrogan Mariano Rajoy y el PP, en competencia con Ciudadanos, la defensa de España y de su unidad. Compiten por la bandera, por quedarse con la etiqueta de ‘más español’, entendido esto, desgraciadamente, como el más feroz, chulesco e implacable con la diversidad y, más en concreto, con el soberanismo y el independentismo catalán.
La paradoja, o no, es que sin el concurso de ese españolismo soberbio que tan bien encarnan las dos formaciones políticas hoy probablemente -no, seguro-, ni el independentismo ni el soberanismo sumarían tantos partidarios en Catalunya.
El PP, concretamente, con su particular versión del patriotismo, ha resultado determinante para convencer a los catalanes que confiaron en la posibilidad de entendimiento o de, al menos, conllevancia entre Catalunya y España de que eso es imposible. Y que, por mucho que a los catalanes les gustara otra España, España hoy mayoritariamente no quiere ser otra. No quiere cambiar.
Por falta de convicción, por miedo, por debilidad, por lo que sea, las dificultades del PSOE para poner en pie una propuesta alternativa a la del PP han contribuido también al cambio que grandes sectores de la sociedad catalana han experimentado en los últimos años.
Uno de las grandes desgracias para España y para Catalunya desde la transición acá ha sido justamente esta: el PP ha logrado imponer, con la ayuda de los medios de comunicación afines, su versión de España, que incluso se ha contagiado al PSOE. Una muestra paradigmática, y nada anecdótica, la encarna el socialismo de Andalucía, que ha hermanado engañosamente la defensa de lo andaluz con el anticatalanismo.
Sin el PP, sin sus destrozos, sería imposible, decía, entender lo que ha ocurrido y ocurre en Catalunya. Pese a que una enorme mayoría absoluta de los catalanes están por el referéndum, y pese a que alrededor de la mitad de los catalanes están por la independencia, el PP niega tozudamente a los representantes de Catalunya lo que Michael Ignatieff ha llamado “el derecho a ser escuchado”. Y no solo eso: azuza la justicia y promueve una inmoral y delincuencial guerra sucia contra los políticos independentistas.
Rajoy argumenta que él y su partido deben gobernar. Uno de sus principales argumentos -tan enfatizado en su intervención del martes pasado- es lo que les gusta llamar “el desafío secesionista”. Probablemente volverán a insistir en ello a poco que se produzcan movimientos en Catalunya. Justamente, y en contra de lo que predica Rajoy disfrazado de Don Pelayo, lo que la responsabilidad y el patriotismo español aconsejarían, si a lo que uno aspira es a una solución o a minimizar los daños, es que el PP no vuelva a gobernar.
Porque también tendría narices que la magnitud del incendio provocado fuera justamente el motivo para poner al pirómano al mando de la situación.