Transitamos por unos días clave para el devenir del llamado ‘procés’. Puede parecer solo una forma de hablar, pero en esta ocasión no lo es. Si finalmente el Govern logra aprobar los presupuestos, Carles Puigdemont aplicará el plan previsto hasta que, como estoy seguro que ocurrirá, el ejecutivo del PP reaccione. Cómo responderá Mariano Rajoy a los preparativos, de diferente naturaleza, para el referéndum es algo que ignoramos. Pero en esa respuesta España determinará el signo de la actual pugna y encriptará su destino.
Mientras tanto, los presupuestos siguen en el aire. No son unos presupuestos cualquiera. Llevan adosados un dilema, a saber: a) elecciones anticipadas y redefinición de los ritmos y la estrategia -con el riesgo que una considerable desmovilización de las bases soberanistas-, o b) seguir los ritmos y la estrategia fijados, que llevan a intentar, primero, substituir la legalidad española por la catalana para, a continuación, convocar el referéndum de independencia. La primera opción no tiene por qué ser necesariamente una tragedia. Es más: algunos actores relevantes del independentismo aprecian sus bondades. Pero es muy tarde para cambios. Nadie se atreve a proponerlos. Solo que la CUP tumbe los presupuestos puede provocarlos.
Puigdemont ha descontado lo que pueda ocurrirle a él. Sin embargo ha requerido el compromiso del vicepresidente Oriol Junqueras. Puigdemont es poderoso, pues no tiene miedo ni es prisionero de la ambición y los cálculos que la acompañan. No es el caso de Junqueras, que quiere, legítimamente, ser ‘president’ de la Generalitat. Es de suponer además que no tiene vocación de ‘president’ efímero.
Es por ello que está muy pendiente de aquellos actos punibles que puedan acabar suponiendo su inhabilitación por parte de la justica y dejarlo, más pronto o más tarde, fuera de juego.
En el apartado de los incentivos, nadie tiene tantos como Junqueras y ERC para desear unas prontas elecciones. La mala noticia es que, si quieren conseguir unos resultados triunfales, los republicanos no pueden hacer nada para precipitarlas. Y si lo hacen, no ha de notarse.
No fue inocente, en este sentido, que la CUP reclamara hace unos días más implicación a Junqueras en las negociaciones presupuestarias. Era su manera de insinuar –lo que debió soliviantar bastante a los republicanos- que Junqueras no hace lo bastante, o tanto como podría, porque, en realidad, ya le va bien que los presupuestos fracasen y las elecciones se avancen.
Sea como fuere, quien sí sueña con que la CUP obligue a un ‘reset’ es Rajoy. Porque, como decíamos más arriba, si el soberanismo sigue adelante, nos situaremos en una zona de gran tensión e incertidumbre. Puigdemont sabe qué va a hacer. No sé si Rajoy lo tiene claro. En todo caso, estará obligado a mover pieza (no moverla, en estas circunstancias, es moverla también). Por primera vez se verá forzado a jugársela y, por tanto, a afrontar el peligro de que el error, bien por exceso o bien por defecto, le desbarate la partida.