«Estoy menguando todos los días», constata Scott Carey (Grant Williams) al ver lo grandes que le van los pantalones. Su esposa, Louise (Randy Stuart), intenta tranquilizarle: «Pero eso es ridículo, Scott, ¿por qué dices esos disparates?». La secuencia pertenece a El increíble hombre menguante, película de 1957. El protagonista empieza a encogerse sin remedio tras quedar empapado por una extraña niebla. Acabará confinado en una casita de muñecas y batiéndose por su vida contra una araña.
El filme me ha venido a la mente al pensar en el PSC, partido un día hegemónico en Catalunya (más que el pujolismo, al menos en el sentido gramsciano) y que ahora se encuentra jibarizado, reducido a muy poco. Primero perdió una de sus archifamosas dos almas, luego ha sido víctima de la voracidad de la llamada nueva política. Sobre el terreno, su poder se concentra en los municipios de la conurbación de Barcelona. En amplias zonas del país es casi inexistente.
PACTOS Y CENSOS
El último episodio de este empequeñecimiento ha llegado recientemente. Es importante, pese a que ha sido poco comentado, sepultado por la última avalancha de noticias políticas y judiciales. Como saben, el PSC se alineó a favor de Pedro Sánchez y, por lo tanto, en contra de Susana Díaz. Era coherente con la historia del PSC, que siempre ha intentado contrapesar al socialismo andaluz en el PSOE, y también con su tradicional discurso, alejado del españolismo de brocha gorda –penetrado de hiriente anticatalanismo– de la presidenta de la Junta.
En la nueva forma
de alianza entre ambos partidos se ha impuesto el ‘susanismo’
Gracias a una fea maniobra, Díaz descabalgó a Sánchez y decidió que el PSC debía recibir un escarmiento. Pese a que Miquel Iceta se cansó de repetir que no quería que las normas que rigen la alianza entre el PSC y el PSOE se vieran alteradas, al final no ha sido así. Se ha impuesto el susanismo y el PSC ha pagado haber apoyado a Sánchez. Primero: el PSOE tendrá la última palabra sobre los pactos a que pueden o no llegar los socialistas catalanes (eso habría impedido los tripartitos y bloqueará cualquier posibilidad de acuerdo con el independentismo). Segundo: el PSC deberá revisar su censo, con lo cual disminuirá sensiblemente su peso en el PSOE. Encima, en su momento Iceta, en un intento de apaciguar a Díaz, se comprometió a no apoyar a Sánchez (quien, según el sondeo del GESOP, continúa siendo el favorito de los votantes socialistas).
MENOS DE LO QUE NUNCA FUE
Nunca pensé que llegáramos hasta aquí, que el PSC se dejara tratar de este modo. Creía, y lo escribí en estas mismas páginas, que si a los socialistas catalanes se les acosaba de una forma tan áspera acabarían por esgrimir su soberanía –el PSC es un partido jurídicamente independiente– y optarían por situarse en pie de igualdad con el partido hermano español. Cada uno en su casa y, eso sí, tan amigos. No ha sido así y es una lástima. El PSC menos catalanista –o, si lo prefieren, más españolista– de la historia ha sido asediado, primero, y subyugado, luego, por el PSOE. El socialismo catalán es menos de lo que nunca fue.