Francisco Pérez de los Cobos se despedía reconociendo que el Tribunal Constitucional no puede resolver el asunto catalán. Aunque las demandas catalanas son de naturaleza puramente política, el gobierno del PP se obstina a abordarlas como si estuviera tratando con criminales. Mariano Rajoy ha instrumentalizado continuamente a la fiscalía –que ahora recurre para que se condene a Artur Mas también por prevaricación- y a los jueces. Incluso cambió la ley del TC para que fuera éste quien hiciera el trabajo sucio de perseguir a los políticos independentistas. El Constitucional, cómplice de los populares, no ha perseguido otros incumplimientos de sus resoluciones que los supuestamente cometidos por el independentismo (el gobierno central acumula decenas de incumplimientos).
El murciano Pérez de los Cobos, que no dejó de militar en el PP pese a ser elegido presidente del TC, no es sospechoso de simpatizar con el catalanismo. Estuvo trabajando como profesor en la UAB durante años, algo que, lejos de llevarlo a empatizar con Catalunya, aceró su catalanofobia. Suyas son frases, publicadas en un librito, como: “no hay en Catalunya acto político que se precie sin una o varias manifestaciones de onanismo”; “el dinero es el bálsamo racionalizador de Catalunya”, o “la única ideología capaz de seguir produciendo pesadillas es el nacionalismo”.
Pero regresemos a lo sustancial. Pérez de los Cobos deja claro que el TC y, por extensión, la justicia no sirven para el pleito catalán. Muchos antes que él le han pedido al PP que hiciera algo. Que con su inmovilismo no propiciara que el soberanismo siguiera adelante, que no le empujara a subir la apuesta. Se lo ha pedido, a veces suplicando, gente del PP y gente que no lo es. Desde Catalunya y desde España, y se lo piden, cada vez con más insistencia, desde fuera.
Son multitud los que han abogado una propuesta que recuperara los elementos nucleares del malogrado Estatut. Ello hubiera desembocado en una negociación y a la vez habría originado una discusión vivísima en Catalunya, lo que hubiera dividido al independentismo y, en consecuencia, hecho menguar su fuerza.
Pero el españolismo de derechas ha preferido, conscientemente, temerariamente, el choque frontal. Es algo absolutamente irracional. ¿Por qué lo que hacen?
¿Influye la ancestral catalanofobia, la animadversión? Sin duda. Pero no parece suficiente. Recelo de las generalizaciones, pero con frecuencia éstas presentan un poso de verdad. Así, al intentar explicar lo que sucede, algunos apuntan que la cultura política castellana –cultura que impregnaría los aparatos del Estado y de la que participaría Rajoy- es reacia al pacto, al compromiso, que suele interiorizar como una no-victoria, como un fracaso. La forja de ese carácter habría sido la historia. Los catalanes, en cambio, tenderían con mayor facilidad a la negociación y el acuerdo. La tradición comercial de Catalunya –tierra de paso y de acogida-, y las derrotas sufridas como pueblo alimentarían ese talante. Para unos el pacto es malo; para los otros es bueno.