Entrado el mes de agosto tuvimos la impresión, aunque fuera brevemente, de que este verano también se había suspendido el tiempo. Calma antes del choque anunciado entre el Gobierno de Catalunya y el Estado por el referéndum del 1-0. Pero irrumpieron los atentados de Barcelona y Cambrils. Se quebró el paréntesis, despertamos violentamente de la ensoñación.
Destacaría por encima de lo demás dos cosas: la actuación de los Mossos y la solidaridad de la gente. Puigdemont y el Govern supieron estar en su sitio y cumplir con su papel; Rajoy y el Rey se esforzaron en atajar la sensación de que el Estado estaba ausente. Lo peor de todo, escoria moral, los que se apresuraron a mezclar los ataques yihadistas con el independentismo. No por previsible resulta menos grave, menos doloroso y menos indignante.
No creo que el atentado cambie los planes ni de unos ni de otros. Supone un problema grave, no deseado ni previsto, pero no va a hacer ni que Puigdemont renuncie a sus planes ni que Rajoy renuncie a impedirlos.
Volveremos poco a poco donde estábamos antes del atentado. El soberanismo y el independentismo siguen proclamando su determinación y su fe en la victoria. Lo mismo, a la inversa, hace el Estado, asegurando que nada va a suceder. Ambos confían en la capacidad del lenguaje para modelar realidades.
La tensión irá subiendo hasta que se produzca el primer intercambio de golpes y estalle el conflicto. No parece que podamos votar “como siempre”, tal como reza el lema soberanista. Ni tampoco que el Gobierno del PP pueda ganar por inapelable goleada, tal como pretende la inefable Sáenz de Santamaría.
Ganar perdiendo
Los que quieren votar esperan que el adversario no pueda controlar sus bajos y ancestrales instintos, que al Estado se le vaya la mano, lo que situaría al soberanismo en posición ventajosa. Se trataría de ganar perdiendo.
Puigdemont y los suyos puede, por su parte, que hayan de afrontar antes del Día D una decisión importante, si la Generalitat se viera incapaz de igualar o acercarse al éxito del 9-N. ¿Qué es mejor –o menos malo–, una votación irregular, precaria, sin urnas en muchos lugares de Catalunya o suspender el intento en el último minuto?
Tras el referéndum, todo va a empezar de nuevo. La cuestión es cómo, con cuánta fuerza y con qué horizonte
Rajoy y compañía están, mientras tanto, concentrados en derrotar al soberanismo, aunque saben, no son tontos, que deben evitar los excesos. Pero quieren ganar, y ganar tanto como se pueda. Y luego castigar con afán de escarmiento.
En el PP hace mucho que han renunciado a convencer, igual que en su día renunciaron –al apostar por un anticatalanismo salvaje– a ser un partido relevante en Catalunya. Solo negociarían si no queda más remedio. Están convencidos de que un fracaso desmoralizante y la mejora de la economía lograrán desinflar, harán flaquear, al soberanismo. Al menos por unos años. Después ya se verá.
El independentismo –sus mentes más ágiles– también rumia sobre el día después, pues sabe que nada va a terminar el 1 de octubre. Más bien todo va a empezar de nuevo. La cuestión es cómo va a continuar. Con cuánta fuerza, con qué actores, con qué horizonte, con qué estrategia.