Salvar a los catalanes de sí mismos

El centro de Barcelona lo han ocupado este domingo, aunque fuera con la ayuda de coches, autocares y trenes venidos de toda España, los de la manifestación nacionalista española. Había muchos ciudadanos de a pie, como usted o como yo, y también bastantes ultras, franquista o fachas, a los que se rogó que escondieran águilas, brazos en alto y retratos de Franco, o sea, que intentaran disimular. Casi lo consiguen, aunque, si uno se fijaba bien, enseguida podía verlos aquí y allá. También resultaban visibles los pasquines pegados con sentidas llamadas a la paz -’Una estelada, una pedrada’- y alegres cantos al diálogo: “¡Puigdemont, a la prisión!”. Como dijo Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, en su cuenta de Twitter, vinieron a defender “los derechos y libertades de todos los catalanes”. Vienen a salvarnos. Lo hacen por nuestro bien.

La manifestación de Sociedad Civil Catalana (¿quién financia esta entidad?) recibió el apoyo explícito de PP, Ciudadanos y el PSC. Todos ellos debieran preguntarse por qué los fachas siempre, siempre, se suman a este tipo de convocatorias como las moscas a la miel. Si uno se ve permanentemente en semejante compañía, quizá debiera hacerse a sí mismo unas cuantas preguntas.

Por parte del nacionalismo español, la exhibición en Barcelona es una manera de mostrar lo que nos aguarda si se declara la independencia
Por supuesto, son libres de manifestarse por Barcelona, faltaría más. Saben que nadie va a meterse con ellos ni va a acusarlos de sediciosos. No deja de llamar la atención, sin embargo, el gran entusiasmo que derrocharon tantos miles de personas -”¡Yo soy español, español, español!”- para exigir, en la Europa democrática y avanzada del siglo XXI, nada menos, que se prohíba votar. Suena extraño, como raro.

El mensaje de la manifestación
Pero vayamos al mensaje que la manifestación. A mi entender, los que se llaman a sí mismos “mayoría silenciosa” pretendían responder a la catástrofe que supusieron para ellos el 1-O y el paro masivo en Catalunya del pasado día 3, amén de presionar al ‘president’ Puigdemont, su gobierno y la mayoría absoluta que le apoya en el Parlament para que no declaren la independencia.

Por parte del nacionalismo español, la exhibición en la capital catalana es una manera, asimismo, de mostrar lo que nos aguarda si se declarara la independencia. Y puede entenderse que lo que nos espera es una Catalunya dividida. Se trataría de dotar de mayor realismo a aquella amenaza, de visibilizarla. Precisamente no olvidó insistir en ello el Rey el otro día en su alocución televisada. La idea, sin embargo, las cosas como son, es de Aznar: “Catalunya no podrá pertenecer unida si no permanece española”, amenazó, atención, hace ya casi cinco años al presentar el primer volumen de sus memorias.

Ellos saben que el catalanismo, en todas sus variantes, es extraordinariamente sensible a ese peligro. También lo es Carles Puigdemont y Junts pel Sí. Una ruptura interna es más temida que la amenaza de la violencia física -la brutalidad policial del 1-O- o la amenaza de ruina económica, individual o generalizada. Por cierto: ¡cuánta pornografía en la incontenible satisfacción del PP ante el traslado de sedes sociales de compañías catalanas! Todo por nuestro bien.

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