Fanfarroneó Soraya Sáenz de Santamaría sobre lo ocurrido en Catalunya. Gracias a Mariano Rajoy, dijo, el independentismo está descabezado. Se refería a Puigdemont y a Junqueras, y al resto de consellers en prisión o exiliados en Bélgica. También se felicitaba de la situación de Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, que continúan en la cárcel en lo que constituye un escándalo de dimensiones incalificables.
Salvar la unidad del Estado lo justifica absolutamente todo. Por supuesto también convertir la división democrática de poderes en un sarcasmo. La palabras de Sáenz de Santamaría –como las de Borrell, llamando a «desinfectar» (¿cuánto hubiera tardado la fiscalía en intervenir si esa barbaridad la hubiera dicho un independentista?)– revelan con crudeza lo que mucha gente ha entendido perfectamente: no hay voluntad de reconciliación, de arreglo o de diálogo por parte de quienes ostentan el poder en España.
Consideran que han derrotado al independentismo. Lo han hecho gracias al uso abusivo del artículo 155, la instrumentalización de la justicia y el empleo de las fuerzas policiales contra los ciudadanos, pero lo que cuenta, al menos para ellos, es que han vencido.
La fuerza en manos del Estado
El Gobierno de Rajoy ha rechazado durante todos estos años, y rechaza hoy, abrir cualquier puerta a la negociación. Sabía que al final la fuerza en manos del Estado (jueces, policías, ejército) se impondría. Frenaría a los independentistas, aunque estos acabaran yendo hasta el final. (Por cierto, antes de la declaración de independencia del 27 de octubre, con Puigdemont en un mar de dudas, Rajoy rehusó ofrecerle ninguna garantía para que el president se decantara por convocar elecciones). Hoy, Catalunya es gobernada de forma omnímoda y vengativa por el PP, que es, sin embargo, un partido menor, cada vez más pequeño, en Catalunya.
Busca el españolismo que Catalunya dimita de sí misma, que acepte que solo cuenta realmente la voluntad española
Votaremos en las elecciones más extrañas celebradas desde la Transición. Unas elecciones con los candidatos independentistas perseguidos por la justicia española. Una elecciones en que la Junta Electoral dicta a los medios de comunicación cómo han de hacer las cosas y persigue a los periodistas que se expresan en libertad. En que se despoja a los árboles de Navidad de lazos amarillos y la policía retira carteles de protesta. En que la sátira y la protesta resultan arriesgadas. El clima opresivo es difícil de soportar.
Pisoteo de la democracia
Creo que la gente de la calle ha entendido, decía, de qué van estas elecciones. Deben confirmar la derrota del independentismo. Fueron diseñadas y convocadas para eso, para que las gane el nacionalismo español, tal como, en otro acto de prepotencia, reconoció Cospedal.
Se pretende que el votante independentista, y también al ciudadano al que le duele que se pisotee la democracia, se someta. Que baje la cabeza, que ceda. Busca el españolismo que Catalunya dimita de sí misma, que acepte que solo existe una voluntad que realmente cuenta, la española, y que en el fondo la Generalitat no es mucho más que una concesión, una prerrogativa constitucional. Persiguen la rendición y la humillación.