El Estado español, con Mariano Rajoy y su Gobierno al frente, no solo quiere vencer, sino escarmentar e humillar al independentismo catalán. Ni convencer ni solucionar. Es más, si pudieran se asegurarían de que no volviera a crecer la mala hierba del independentismo. Las pasadas elecciones del 21-D formaban parte de este plan, pero falló estrepitosamente. El batacazo del PP fue de récord. No les ha llevado a reflexionar, de ninguna manera. Les ha llevado, por contra, a empeñarse en la mano dura, aunque sea al precio de retorcer las normas, las leyes y la sacrosanta Constitución. ¿Qué es sino un grave desmán autoritario utilizar el artículo 155 para hacer en Catalunya exactamente lo que les da la gana?
A Rajoy y al resto les encantaría que no se pudiera formar Gobierno en la Generalitat o que la legislatura durase cuatro días. También perseguir y encarcelar a cuantos más independentistas mejor para obligarles a pagar su atrevimiento. Si se prestara la ocasión, o pudieran hacer que se prestara, estarían encantados igualmente de seguir con el 155, cuya aplicación tantas satisfacciones les está dando. La más importante de ellas, mandar arbitraria y abusivamente sobre una pueblo que cree, como demostró el 21-D, que el PP merece cuatro escaños de los 135 del Parlament.
Enumeraba antes lo que quisieran el PP y los aparatos del Estado. Lo que el soberanismo debe procurar es, simple y llanamente, que suceda todo lo contrario, esto es, que se forme gobierno, que la legislatura pueda completarse y que Rajoy no pueda seguir triturando Catalunya armado con el 155. Creo sinceramente que esto es lo que les conviene a los catalanes y lo que deberían intentar lograr los independentistas, sobre quienes recae la primera responsabilidad política, como vencedores en unas elecciones que, no lo olvidemos, fueron diseñadas para que ellos las perdieran, unas elecciones ganadas en circunstancias complicadísimas y con el árbitro jugando para el otro equipo.
El nuevo Gobierno catalán tendrá otras metas. La primera, por supuesto, gobernar y gobernar bien y para todos. Esto no va a ser fácil en un contexto en que el ejecutivo del PP, la justicia -con el Constitucional al frente- y la policía van a seguir adelante con el escarmiento y la humillación. A los jueces y los policías, el PP les dio cuerda y, aunque quisiera, que no quiere, dudosamente podría ahora frenarlos. Para poder gobernar bien es necesario, obviamente, que las diferentes formaciones y familias del independentismo sepan mantenerse unidas, construir consensos sobre los que tejer el día a día.
¿Qué puede suceder, en este contexto, con Carles Puigdemont? Pienso que no va a poder, entre otros motivos porque el Estado lo va a impedir como sea, ser presidente desde el extranjero (menos aún desde la cárcel). Aunque pueda ser muy injusto y doloroso, y a la luz de las prioridades expuestas más arriba, el ‘president’ deberá resignarse a liderar el independentismo político y social, pero no el Govern.