El soberanismo y, con él, los que aman a la justicia, han experimentado alegría y alivio gracias a algunas noticias recientes sobre el proceso catalán. En primer lugar, por supuesto, el rechazo rápido y contundente de los jueces alemanes a la acusación por sublevación contra el ‘president’ Puigdemont formulada por Llarena. La prosa de Llarena, una vez traspasados los Pirineos, se revela como lo que es: pura quincallería ideológica. Veremos cómo acaba finalmente el asunto.
Otra alegría llegó luego de la mano del juez español Diego Egea -hay quienes conservan el sentido común- que mandó a su casa a la miembro de los CDR Tamara Carrasco, detenida nada menos que por sublevación (!) y terrorismo (!!). Ahora está acusada de desórdenes públicos. Ridículo estrepitoso de la Guardia Civil -que la detuvo como si se tratara de un peligroso etarra- y la fiscalía. Se habían anunciado más detenciones parecidas. A la hora de escribir estas líneas nada más se sabe.
El soberanismo provocó que Llarena volviera a incurrir en lo que para no pocos juristas es prevaricación al negar otra vez el derecho de Jordi Sànchez a ser investido. Además, Llarena se pasaba por el forro de la toga lo que el Comité de Derechos Humanos de la ONU le requería en su acuse de registro de la reclamación presentada por Sànchez. Esto es, a “tomar todas las medidas necesarias -traduzco del documento oficial- para asegurar que el sr. Jordi Sànchez i Picanyol pueda ejercer sus derechos políticos”. El requerimiento no es de obligado cumplimiento, cierto, pero evidencia nuevamente la inconsistencia de los actos de Llarena así que se sale de España.
Por supuesto, los correctivos anteriores no han llevado al españolismo ni a Rajoy ni a los aparatos del Estado a reflexionar críticamente, como tampoco lo hicieron tras la violencia policial del 1-O. Todo lo contrario. El empecinamiento es marca de la casa. Se habla con frecuencia de “la realidad paralela” independentista. En el otro bando, la burbuja tiene paredes de cemento armado.
Alegría y alivio, decía al principio. Pero sería muy poco inteligente refugiarse en ello. Los líderes civiles y políticos independentistas han cometidos grandes equivocaciones. Sin embargo, el independentismo ha empezado a identificar esas equivocaciones y a hacer correcciones. De ahí, el cambio de estrategia que poco a poco se está consolidando y que, confío, conducirá a una investidura exitosa, esta sí, antes de que termine el plazo.
En el terreno de las ideas, disponemos de un buen ejemplo: el libro ‘Cómo ganamos el proceso y perdimos la república’, de Josep Martí, articulista de este periódico. El ex secretario de Comunicación con Artur Mas narra y analiza lo ocurrido en Catalunya de forma brillante y sin pelos en la lengua. En la presentación de su imprescindible obra aconsejó al ‘procés’, entre otras cosas, pasar del enamoramiento al amor. Yo lo digo de un modo distinto: hay que dejar de creer que es una carrera de cien metros y prepararse para el medio maratón.