Quim Torra resulta el hombre ideal para ejecutar la estrategia diseñada por Carles Puigdemont. Torra está determinado a no moverse de un guion que pasa, fundamentalmente, por ignorar el fracaso del 27 de octubre y aferrarse al relato idealista y sus objetivos: restituir al presidente legítimo e implementar la república. Pero, a día de hoy, Puigdemont tiene cero opciones de volver a ser presidente de la Generalitat, igual que no existe república que implementar.
Cada uno de los movimientos de Torra, que llegó envuelto por la polémica por unos antiguos comentarios completamente inaceptables en Twitter y en algunos artículos, se inscribe en la lógica de la resistencia. Repasemos: discurso de investidura, viaje a Alemania para reunirse con Puigdemont, toma de posesión minimalista, visita a las cárceles, la pospuesta toma de posesión de los consejeros… El president Torra va a ser cauto en cuanto a desbordar la legalidad, pero no va a rehuir el choque ni la denuncia. Tampoco va a ceder o bajar la cabeza.
El Ejecutivo de Torra incluye dos personas en prisión y dos más refugiadas en Bruselas, lo que ha enfurecido al Gobierno del PP, a Ciudadanos y al PSOE. El Ejecutivo español ha impedido, aprovechando que controla el Diari Oficial de la Generalitat, que los nombramientos de consejeros se conviertan en oficiales. La maniobra se adentra en el terreno de la prevaricación, pues se trata de un acto debido y los consejeros in pectore tienen sus derechos políticos intactos. Sin embargo, a Rajoy, Rivera y Sánchez eso les da igual. Como se sabe, para ellos combatir al independentismo justifica saltarse las leyes y lo que haga falta. De momento, asistimos a una situación absurda: hay president pero las consejerías siguen en manos del 155.
A la vista de la demencial competición azuzada por Rivera, quien cabalga satisfecho sobre el odio que él mismo alimenta, entre el PP, Ciudadanos y el PSOE –partido a la deriva, incapaz de ofrecer un proyecto propio y alternativo– para ver quién es más salvaje con Catalunya, no es juicioso esperar pasos a favor de la distensión desde Madrid. Aparentemente, para ellos distensión significa que Torra, y con él todos los soberanistas e independentistas, pidan perdón de rodillas y juren ante la Virgen del Pilar, patrona de la Guardia Civil, que reniegan de sus anhelos de libertad.
La escalada de represión no hace más, quizá huelga decirlo, que reforzar a Puigdemont, a los que dentro de Junts per Catalunya piensan como él y a la CUP. Lo mismo ocurre con los reveses que ha encajado –la última vez este martes– y va a seguir encajando la justicia española en Europa, gracias, entre otras cosas, a la ineptitud del juez Pablo Llanera.
Mientras tanto, a los que en Catalunya priorizan, no solo resistir, sino también gobernar, y gobernar bien, con el objetivo de, primero, cumplir con su obligación para con los ciudadanos y, segundo, atraer hacia el soberanismo a los indecisos, reacios o alejados, no les queda otra opción que callar y aguardar a ver qué sucede.