No hace ni tres semanas que Pablo Casado -el del máster fantasma- agarró los mandos del PP y han corrido ya ríos de tinta sobre cuánto se parece a Albert Rivera. Uno tiene 37 años, el otro 38. Son bien parecidos y hablan con desenvoltura. Ambos son muy ambiciosos y están encantados de conocerse. Quizás cabe buscar justamente en su gran parecido el motivo que les lleva a pelear sin respiro entre ellos, arrastrando a sus partidos cada vez más a la derecha, en una carrera al estilo ‘Locos al volante’, la película que alumbró allá por los setenta el subgénero de la comedia automovilística.
En estos pocos días, Casado ha dejado claro que lo de acoger inmigrantes o refugiados le apetece menos todavía que a Rajoy. Lo mismo ha hecho Rivera. Ambos han creído necesario subrayarlo haciéndose una foto junto a la valla de Ceuta. Uno, Rivera, fue el lunes 30, el otro, dos días después. Casado ha hablado de “millones” de inmigrantes a punto de invadir España. Los dos acusan sin base a Pedro Sánchez, a quien dicen partidario de los ‘papeles para todos’, de un supuesto ‘efecto llamada’ desencadenado tras acoger al Aquarius.
Pero a Casado le ha dado tiempo para más. Como Rivera, ve a los socialistas secuestrados por el independentismo y la ‘extrema izquierda’. Ambos juran que jamás dialogarán con los primeros y profieren cotidianos insultos contra el president Torra. Rivera no se ha olvidado de añadir que, si por él fuera, Catalunya seguiría sometida al 155, pero en versión heavy, amén de azuzar la violencia callejera con el pretexto de los lazos amarillos. El PP, por su parte, quiere reescribir el Código Penal para poder enchironar a los independentistas sin problemas.
Podríamos seguir, pero el espacio es limitado. Al PP y a Ciudadanos solo les falta, para acabar de conectar con la extrema derecha que vocifera desde diferentes países del continente, revolverse contra Europa. De momento, PP y Ciudadanos insultaron a Alemania -primero, a Bélgica- cuando la decisión del Tribunal de Schleswig-Holstein. Pero los populares Casado y González Pons fueron aún más allá y sugirieron que España debía suspender el Tratado de Schengen.
Tradicionalmente se daba por sentado, y en general se consideraba una virtud, que el PP agrupaba a toda la derecha española. Desde el centro moderado y liberal hasta a los más nostálgicos franquistas. Eso le ayudaba a ganar elecciones y a la vez conjuraba el peligro de que surgiera algún partido ultra. Ahora, en cambio, hay dos formaciones de derechas que compiten sin cuartel por ocupar la extrema derecha, alejándose día a día del centro, que es desde donde, a menos que ellos nos demuestren lo contrario, se ganan las elecciones.
¿Obedece esta loca competición a alguna estrategia o los mueve el puro instinto, como al gato que, desconcertado, da zarpazos a su imagen reflejada en el charco? De momento, y mientras Pablo y Albert saturan la atmosfera de saña y demagogia, Sánchez, al frente de su ‘gobierno Frankenstein’, les está sacando, según el CIS, un buen trecho en las preferencias de los españoles.