El Gobierno de Pedro Sánchez vive asediado. Las cloacas del Estado, los medios que se alimentan de ellas, las redes en que la porquería borbotea y la fiereza depredadora de la oposición no parecen tener límite. No hay ni habrá respiro. Tanto es así que bien puede ser que, cuando estas líneas vean la luz, otro escándalo haya golpeado ya los tambaleantes muros del Ejecutivo.
Mientras tanto, Catalunya recuerda el 1-O, un día histórico y una gran victoria del independentismo, pese a la violencia policial y la represión judicial. Ha pasado un año desde que casi 2,3 millones de ciudadanos consiguieron votar, en lo que fue una reivindicación de dos cosas muy relevantes: del derecho de Catalunya a decidir su futuro y de una determinada forma de entender la democracia.
Aprovechar el 21-D
Muchas cosas ha vivido el soberanismo desde entonces, malas en su mayor parte, con dos excepciones trascendentales: el 21-D y la moción de censura contra Mariano Rajoy.
Las elecciones catalanas de diciembre fueron convocadas por el PP instrumentalizando el artículo 155. Estaban diseñadas para que el independentismo fuera derrotado y barrido del Govern. Pero el independentismo consiguió imponerse.
En junio, casi medio año después, los soberanistas supieron aprovechar la ocasión y contribuyeron decisivamente a tumbar al PP. Sánchez y su Ejecutivo pasaban a depender, entre otros, del apoyo de ERC y PDECat. La carrera política de Rajoy -prácticamente toda una vida- terminaba abruptamente.
Aun así, el independentismo no se ha rehecho del terrible año transcurrido. Los problemas y debilidades son numerosos. Sus líderes civiles y políticos han sido, sino enteramente, sí en gran parte neutralizados (por la prisión o por hallarse en el extranjero). El egoísmo partidista y la desunión no se han extinguido. El ‘president’ Quim Torra sigue sometiéndose a lo que dicta Carles Puigdemont. Entre las bases soberanistas, el movimiento civil más potente de Europa, reinan las disonancias y la confusión, y se palpa la sensación de vacío.
El independentismo no está en su mejor momento. Necesita tiempo. Y ese tiempo solamente se lo puede proporcionar Sánchez. Por eso, le conviene que el PSOE siga gobernando y, si puede ser, dependiendo del conglomerado que lo sostiene. Dicho distinto: el peor escenario para el independentismo sería un rápido regreso al poder de la hoy oposición. Acampados en la extrema derecha populista, PP y Ciudadanos siguen alimentando el discurso de la represión, el escarmiento y el odio hacia el soberanismo, al que niegan el derecho no solo a ser escuchado, sino prácticamente siquiera a existir.
El independentismo, un año después del 1-O, tiene mucho que hacer. Restablecerse, repensarse, reconstruir su cohesión interna. Todo ello deberá desembocar en una estrategia que, sin renunciar a nada, ha de ser necesariamente pragmática, como parece comenzar a entender Puigdemont. El soberanismo tiene que ser pragmático no por amor al pragmatismo, sino para seguir teniendo opciones de alcanzar sus objetivos (referéndum, independencia). Para poder vencer.