Pedro Sánchez y el independentismo sortearon la cita del 21-D (y del 20) en Barcelona mejor de lo que era de prever. El comunicado conjunto de los dos gobiernos y la acción de los Mossos d’Esquadra lo hicieron posible. Esto es así pese de la ensayada escandalera de los representantes de la derecha españolista y de los titulares precocinados de la mayoría de medios de Madrid.
Sin embargo, como en el cuento de Monterroso, el dinosaurio sigue estando exactamente donde estaba. Y junto a él, los dos dilemas a los que se enfrentan, por un lado, Pedro Sánchez y, por el otro, el independentismo político. Ambos dilemas tienen más de una cosa en común. Una de ellas, para nada menor, es que para resolverlos se requiere convicción y valentía.
Sánchez puede hacer caso a los barones territoriales y responsables del partido que reclaman contemporizar con el discurso de la derecha radical (PP, Ciudadanos, Vox) triunfante en Andalucía. Orbitar con ellos, aunque sea a distancia. Situarse en una longitud de onda parecida. En mi opinión, el resultado sólo puede ser el fracaso y un gobierno de la derecha. El otro camino que el líder socialista tiene ante sí pasa por profundizar en el diálogo con Podemos y, especialmente, con el independentismo. Trabajar en una propuesta para Catalunya, una propuesta sólida, creíble y atractiva. Plantar cara a la ola de catalanofobia, apostar por una España plurinacional y sostener un proyecto claramente distinto al de la tríada furiosa. No es fácil. Y no solo por las presiones de propios y extraños, sino también porque, al menos hasta el momento, Sánchez ha demostrado un inquietante apego a la táctica como forma de vida.
El independentismo político, con sus diferentes y contradictorios núcleos de poder, debe reflexionar también acerca de lo que más le conviene. El independentismo sufrió, en octubre de 2017, una dolorosa derrota, de muy severas consecuencias. Por tanto, necesita tiempo para reponerse, reorganizarse y modelar una nueva estrategia conjunta. Si el próximo Gobierno español lo conforman el PP y Ciudadanos, con el complemento de Vox -los ultras ejercen una enfermiza atracción sobre los dos primeros-, la confrontación y, segurísimo, cosas mucho peores estallarán en el minuto uno. Por consiguiente, y por puro y estricto interés, al independentismo le conviene que el PSOE siga gobernando tras las próximas elecciones españolas, sean cuando sea, y a poder ser supeditado a idénticos apoyos parlamentarios.
Derribar a Sánchez o poner como condición para votarle los Presupuestos que los presos salgan indemnes del juicio y los exiliados regresen a casa no es una buena idea, aunque, por lo visto y oído, esta es hoy la posición dominante entre el independentismo. Primero, porque una cosa -presos y exiliados- y la otra -presupuestos- se hallan en planos distintos. Segundo, porque el margen de Sánchez para influir en la justicia no es grande y, además, se empequeñece cada vez que el independentismo formula su exigencia públicamente y en voz alta.