Los furiosos. Vox obtenía el pasado día 2 los suficientes escaños en Andalucía para redondear la mayoría absoluta con PP y Ciudadanos. Estos dos partidos, pese a que se autoproclaman ‘constitucionalistas’, están encantados con los resultados de los ultras. Con su campaña contribuyeron a blanquearlos, labor a la que (junto con sus altavoces mediáticos madrileños) siguen aplicándose con empeño. Los tres partidos mienten a destajo y se prodigan en insultos, no solo contra independentistas catalanes y podemitas, sino también contra el presidente Sánchez, al que acusan de haber traicionado la Constitución y de ser cómplice de los “golpistas”. Aún resuenan, al escribir estas líneas, las palabras de Casado llamando “desequilibrado” a Quim Torra y tergiversando sin pudor lo que este escribió en un antiguo artículo. Tras la deriva experimentada en los últimos tiempos por PP y Ciudadanos, se hace realmente problemático seguir identificando al primero como de “centroderecha” o al segundo como “liberal”. La perspectiva del Consejo de Ministros de Barcelona les ha hecho tomar nuevo impulso. El objetivo es diáfano: tumbar a Pedro Sánchez y acabar para siempre con el independentismo. Aznar sintetizó el plan hace unos días: se trata de intervenir en Catalunya por completo y durante el tiempo que sea necesario para “desarticular” -ese fue el término- el movimiento independentista.
Los ‘amateurs’. Pretendo aludir con este calificativo a los que demuestran carecer de estrategias claras, lo que les aboca a acciones confusas y frecuentemente contradictorias. Le ha ocurrido a Pedro Sánchez, al que tras las elecciones andaluzas le asaltaron el miedo y todas las dudas. No son pocos los dirigentes del PSOE que, por su parte, están tentados de emular a la derecha radicalizada y explotar a fondo la catalanofobia. Desconcertado, Sánchez ha frecuentado últimamente la agresividad contra el independentismo, aderezándola con algunas falsedades (es fácil comprobar, por ejemplo, que el 1-O votó mucho más del 30% del censo, como ha dicho el líder socialista) con las llamadas al diálogo. En el bando de los aficionados hay que situar también a una notable porción del independentismo dirigente, tanto político como civil. Los errores del ‘president’ Torra al reaccionar airado contra los Mossos o referirse a la ‘vía eslovena’ son dos ejemplos. Pero también que algunos tacharan la reunión del Gobierno español en la Ciudad Condal de “provocación”. La palpable descoordinación entre las grandes entidades civiles soberanistas viene a completar el cuadro.
Sánchez y el independentismo saben, deberían saber, que hoy y mañana se enfrentan a una misma y peligrosa trampa. Se la han tendido PP, Ciudadanos y Vox, a los cuales ellos, con sus errores, han ayudado. La trampa puede funcionar si el independentismo no logra impedir -y debe impedirlo como sea, neutralizando a los exaltados o a los posibles ‘agentes provocadores’ infiltrados- las escenas de violencia que la tríada furiosa anhela y tanto necesita para su siniestra “reconquista”.