Carles Puigdemont lo ha vuelto a hacer. El vecino de Waterloo ha levantado la bandera de presos y exiliados y ha impuesto su voluntad en el PDECat. Ha colocado a sus fieles y ha castigado a aquellos que en el PDECat no comparten ni su análisis ni su estrategia. Ha completado en realidad el castigo, la purga, que inició en el pasado congreso del partido. Durante aquella cita, el pasado julio, logró que Marta Pascal tirara la toalla, tras amenazar al PDECat con un ultimátum: “O ella o yo”.
No se acaba de entender cómo el PDECat, o una parte del PDECat, ha aceptado y se ha resignado a las sucesivas OPAS lanzadas desde el mismo interior del partido (Puigdemont sigue siendo militante). Ante la poca firmeza, ante las constantes concesiones, la presión del expresidente Puigdemont no se ha detenido ni suavizado, al contrario. Hasta lograr no todo pero sí casi todo lo que pretendía. Hoy, para alarma y desolación de no pocos, el PDECat atesora pocas de las mejores virtudes de Convergència Democràtica. El hilo de continuidad parece definitivamente roto.
La estrategia de Puigdemont no parece ser otra que la de utilizar a los parlamentarios de Junts per Catalunya (este es el nombre bajo el que se presentará el PDECat) para desestabilizar y, en su caso, bloquear la escena política española. Eso siempre, claro está, que la tríada de derechas ultraespañolistas no llegue a gobernar. Si llega y puede, los Casado, Rivera y Abascal impondrán el 155 en Catalunya con tanta extensión y duración como les dé la gana, con la indisimulada intención de barrer al soberanismo y al independentismo (TV-3, Mossos d’Esquadra, catalán en la escuela, etcétera).
Por eso la estrategia del boicot de Puigdemont y, en general, de los irredentistas como él solamente encaja en una aritmética parlamentaria similar a la que había. Justamente la que ERC y PDECat ayudaron a desbaratar al impedir la tramitación de los presupuestos de Sánchez. Aquella fue una decisión fruto más de la emoción -nos hallábamos a las puertas del juicio contra los presos independentistas- que de la razón. Y, a mi juicio, un error.
Ahora toca cruzar los dedos para que Sánchez necesite al independentismo para poder seguir en la Moncloa y gobernar. Un bucle. Si eso ocurre, Puigdemont -con una mentalidad cada vez más en sintonía con la CUP- se dispone a causar todos los problemas posibles a Sánchez y al PSOE, si este no se aviene a aceptar la autodeterminación y acordar un referéndum. Como sabe Puigdemont y sabe cualquiera, hoy por hoy Sánchez y el PSOE ni quieren ni están en posición de hacer tal cosa.
El ‘expresident’ va a ser, además, el cabeza de cartel de las elecciones europeas. Competirá con Oriol Junqueras. Estarán otra vez cara a cara, aunque sea simbólicamente. Las cuentas pendientes entre ellos dos, la inquina y los rencores acumulados entre postconvergentes y republicanos, así como la difícil cohabitación en el Govern explican también, allende los análisis y las estrategias respectivas, no poco de lo sucede en el campo independentista.