El independentismo catalán hizo oír su voz dentro y fuera del Parlamento Europeo de Estrasburgo. Dentro, porque el eurodiputado Mattew Carthy, del Sinn Féin, dirigió una nueva interpelación a Antonio Tajani, el presidente saliente del Europarlamento, para que respondiera sobre Catalunya. Tajani, antiguo portavoz de Berlusconi y que tanto ha maniobrado contra el independentismo, calló ante la invectiva del irlandés y ante la indignación de los eurodiputados -algunos de los cuales blandiendo imágenes de Puigdemont, Junqueras y Comín- que apoyan la causa independentista al entender que están en juego las mismas bases de la democracia.
Fuera, unas diez mil personas, según la policía local de Estrasburgo, se concentraron durante toda la mañana clamando por los derechos de los eurodiputados electos Carles Puigdemont, Toni Comín y Oriol Junqueras, los únicos que no pudieron acudir a la sesión constitutiva del Parlamento Europeo. Puigdemont y Comín finalmente desestimaron reunirse con los concentrados por temor a ser detenidos y mandados a España en virtud de un convenio de 2002 entre España y Francia diseñado para capturar etarras.
Mientras tanto, el Tribunal de Justicia de la UE tiene sobre la mesa resolver si Puigdemont y Comín pueden ejercer como eurodiputados, decisión que indirectamente afectará a Junqueras. Por su parte, el Tribunal Supremo ha dirigido al mismo tribunal europeo una cuestión prejudicial sobre la inmunidad del líder de ERC.
En un vídeo grabado en la ciudad alemana de Kehl, muy próxima a la frontera francesa, Puigdemont asumió abiertamente su misión de internacionalización del conflicto entre Catalunya y el Estado español. También apeló a la razón democrática y explicitó el deseo de forzar a la UE a pronunciarse.
Puigdemont es un político intuitivo y sabe mejor que nadie que si más de un millón de ciudadanos le votaron en las elecciones del pasado 26 de mayo -casi el doble de los que dieron su papeleta a Junts per Catalunya en las municipales del mismo día- fue sobre todo por dos cosas: la primera, porque el expresident se ha convertido en un símbolo transversal del independentismo; la segunda, porque esos votantes -y los de Junqueras- saben que para defender el derecho a la autodeterminación no pueden prescindir de Europa y el mundo. Un ámbito, el exterior, en el que los soberanistas pueden seguir causando severos dolores de cabeza a los aparatos del Estado.
Un puñado de las victorias más claras del independentismo se ha producido ante la justicia de varios países europeos. Ahora, el caso de Puigdemont, Junqueras y Comín fuerza a la UE a ponerse ante el espejo, como recordó el mismo expresidente. Europa deberá resolver y, en el fondo, decidir si su alma pertenece a los ciudadanos -el Europarlamento es la única institución elegida mediante el voto directo de los europeos- o si es una pura alianza de estados. Si son los ciudadanos los que deciden democráticamente quienes les representan o, contrariamente, lo que en realidad cuenta son los intereses y voluntades de los distintos estados.